Pues yo también me vuelvo a casa y dejo de molestar fuera. Tras unas necesarias vacaciones de verano, este señor turista que les escribe se pone el mono de trabajo de nuevo. Por suerte, en los destinos que he visitado en estas semanas de reposo no me he encontrado con manifestaciones de rechazo hacia mi presencia, aunque soy consciente de que la sensibilidad que se está despertando hacia el esparcimiento ajeno en nuestros dominios es un fenómeno al alza, muy propio de la sociedad en la que vivimos, de echar en cara cosas al resto sin ser consecuentes con las nuestras. La máxima es la misma siempre: el pedo ajeno siempre es el que peor huele. Y ojo, cada vez estoy más convencido de que nuestro modo de vida, como si no hubiese un mañana, necesita una desescalada, lo que pasa es que a menudo protestamos sin querer dejar de recorrer nosotros los fascinantes rincones que nos ofrece este pañuelico que llamamos mundo. Y como por estos lares de pasta vamos bastante bien, pues nos damos unos homenajillos también los fines de semana y puentes. Disimula mucho la salida a la “naturaleza”, donde nuestros efluvios pasan más desapercibidos, pero me parece más justa una cartilla de racionamiento: una especie de pasaporte biométrico individualizado con salidas limitadas para todos y kilometraje máximo. Yo ya he cumplido mi cupo en 2024.