Pues a la tonta ha pasado un año. Que ya estamos inmersas en la Semana Grande. Es más, ya hemos pasado el ecuador de la fiesta y, de nuevo, parece que he subido a la cumbre del Everest y la he bajado varias veces al día. Trabajar en las fiestas de tu pueblo o ciudad no tiene ninguna gracia. Te cruzas con los que van a comer un bocadillo y sabes que te vas a sentar ante un ordenador que no te ayuda. En fin. Que te vuelves protestona, y vas por la vida deseando esguinces. La cosa está compleja. Porque es verdad que cuando la jornada amanece lluviosa te da penita, aunque a ti te vaya a dar igual, a no ser que haya goteras en la redacción. La Semana Grande es larga, muy, muy larga, para quienes trabajamos estos días. Me imagino que será mucho más corta para quienes la disfrutan con el único compromiso de dormir hasta el mediodía. Así lo recuerdo al menos. Pero más allá de cómo se disfrutan o se sufren estos ocho largos días, tranquiliza saber que no se han tenido que lamentar, hasta la fecha, agresiones sexistas. Tiene narices que tengamos que destacar esto, como aceptando que lo habitual es que suceda lo contrario. Que mi hija tenga que andar con cuidado y mi hijo descuidado, es tan profundamente injusto que me quedo sin palabras. Ondo pasa denak, denak!