Las elecciones legislativas francesas las viví más que con miedo, con terror. El auge de la extrema derecha me genera pavor y no puedo entender que haya quien pueda considerarlo una oportunidad de cambio. Ese cambio no es nuevo, lo han vivido todos los países aplastados por la bota de dictaduras feroces que anulan derechos y libertades, que persiguen a quien es diferente, que se nutren de ese mensaje del miedo, lo engordan y se lavan las manos cuando la bomba del odio explota llevándose por delante todo lo conseguido tras luchas varias. Respiré, sí, tras la segunda vuelta, pero ese fantasma sigue al acecho. En el Estado español el mensaje de la involución también tiene sus adeptos, muchos de los cuales niegan la existencia de la violencia machista, esa lacra que una larga historia de machismo y patriarcado poderoso validó durante años. Hay quien nos prefiere “en casa y con la pata quebrada”, hay a quien no le importa que nos maten, hay quien nos quiere volver a silenciar. Todos esos, todas esas, son peligrosos, peligrosas, no hay que darles oportunidades porque nuestros derechos están en peligro, y nuestra sanidad, nuestra educación, nuestras hijas y nuestras amigas y amigues. Y si consiguen borrar lo que importa, entonces sí que Se Acabó la Fiesta.