Estoy sorprendido con El caso Asunta. La famosa serie de Netflix, basada en el mediático crimen de una niña a manos de sus padres, deja abierta la puerta a pensar que las cosas no fueron como nos contaron que fueron o, peor aún, como una sentencia dijo que fueron. Siempre resulta difícil aceptar que unos padres asesinen a su hija y por muchas pruebas que te pongan por delante, y ellos lo niegan, queda la duda, aunque ahí el jurado popular lo tuvo claro. De hecho, ya ha habido quien ha mostrado su malestar por este juego de los guionistas en lugar de homenajear la figura de la niña como un caso cerrado y sin abrir sospechas. Terminada la ficción, me he puesto a ver Operación Nenufar, el documental que se realizó sobre el caso, y todavía han sido más las dudas que me han surgido. Más allá de mostrar en versión real algunas secuencias icónicas que la serie ha calcado, la investigación abre todavía más dudas sobre las preguntas que ni la investigación ni el juicio supieron responder, el por qué a ninguna de las partes le interesó la grabación de la cámara de seguridad de una sucursal bancaria o cómo es posible que en el vídeo que se mostró al jurado estuviera todo negro y al replicar los periodistas las condiciones de aquella noche hubiera tanta luz. ¿Para qué sirven los documentales que crean más dudas de las que responden? Pues precisamente para eso, para que aprendamos a dudar.