El mismo día que entró en vigor en Donostia la prohibición de que los guías turísticos lleven más de 25 personas en cada grupo, el pasado miércoles, asistí a un comportamiento original. Un guía japonés, al que seguían numerosos compatriotas (no sé si más o menos de 25), se paró en secó junto a un bidegorri, abrió los brazos como para ahuyentar a las vacas y su rebaño paró en seco en la línea del carril bici, frente a la Bretxa. Estuvieron unos segundos quietos como estatuas hasta que, por fin, llegó el ciclista y pasó. Entonces el guía dio permiso con un nuevo gesto con ambos brazos y el grupo atravesó corriendo la zona ciclista. Nunca había visto algo así y sí lo contrario. Grupos ocupando ese mismo bidegorri con toda tranquilidad. Los japoneses abultaban pero no molestaban. Días después, el domingo, me crucé con un anciano, que caminaba con su andador y agarraba malamente una lata y una bolsa de patatas vacías. De repente se para, se agacha y vierte al suelo los restos de otra lata de cerveza abandonada en la acera. La recoge y sigue su camino, con otra lata vacía más, supongo que dirección a una papelera. Hace lo contrario que la mayoría. Recoge lo que otros tiran. Como los turistas japoneses, va a contracorriente.