Han pasado veinte años, pero resulta imposible olvidar las sensaciones provocadas por los atentados yihadistas del 11 de marzo en Madrid. Además del terrible impacto de las imágenes y los testimonios de la masacre, en los instantes posteriores, cuando la cifra de muertos aumentaba sin cesar, en Euskadi el dolor por tantas y tantas víctimas convivió con el temor de que la hipótesis que atribuía a ETA la responsabilidad de los terribles atentados acabara por ser cierta. Tras la confusión inicial, la verdad sobre la autoría se fue abriendo camino gracias a los medios de comunicación internacionales, que no compraron la mercancia adulterada que el gobierno del PP coló entre los principales medios españoles. Se dice que la mentira tiene patas cortas, y así fue entonces. Al gobierno de Aznar no le alcanzó los cuatro días de engaño que necesitaba para salvar las elecciones generales y fue desalojado del gobierno. El bulo cuestionando la versión oficial y que el PP alimentó en los años posteriores con la ayuda de su brunete mediática para deslegitimar el resultado de las urnas mide su auténtica altura moral. A Aznar, cabeza visible de aquel gigantesco fake-news que tuvo su antecedente en las inventadas armas de destrucción masiva de Irak, ni se la ha pasado por la cabeza pedir la más minima disculpa. De hecho, sigue siendo el faro de esa derecha que emplea las mismas estrategias para recuperar el poder.