Que hay países en los que los gobiernos casi no gobiernan es una realidad y que en algunos los derechos no existen, otra. La mezcla de pobreza, política, militares y delincuencia organizada da como resultado unos lugares en manos de criminales, en los que la población se busca la vida como puede y escapa a la primera de cambio. Haití, uno de los países más pobres del mundo, ha sido escenario estos días de la apertura de puertas de una cárcel por parte de las bandas que tienen acogotados a los ciudadanos. Entre los miles de liberados por las mafias, los implicados en el asesinato del presidente hace dos años. O sea, imagínense qué maravilla vivir en Haití. Luego pasa como en El Salvador, con una macrocárcel que parece de ciencia ficción pero no lo es. Cuando sube mucho el volumen de nuestras quejas como sociedad, me fuerzo a recordar cómo lo tienen que pasar en algunos países y rebajarme así el nivel de indignación. En medio de tanto lío mental sobre el bien y el mal, llegan noticias que, en principio, parecen positivas pero saben muy amargas. La última, el lanzamiento desde aviones de paquetones de comida a los residentes en Gaza por parte de Estados Unidos. Podían haberlo hecho antes o mandar comida en vez de vender bombas a Israel.