El pleno del viernes volvió a evidenciar las prisas que tiene Bildu para situar a la política vasca en la rampa de salida hacia las elecciones vascas, dando por liquidada la legislatura y por amortizado al lehendakari. Pero pese a las presiones para que anuncie de una vez la fecha de los comicios, Urkullu sigue aferrado al timón de la legislatura, que considera sigue viva y a la que le quedan importantes asuntos pendientes en forma de leyes y traspasos por culminar. A la espera de su anuncio, los augures de la política vasca especulan con la fecha del 21 de abril, que de ser cierta obligaría a convocar los comicios a finales de este mes. La campaña arrancaría en la recta final de la semana de Pascua y podría convertir a Sevilla en el epicentro de la política vasca, con los candidatos en busca del voto entre los eufóricos aficionados blanquiazules y rojiblancos si vuelven a coincidir en la final, ahora sí con público. Mientras, nos entretenemos con las primeras encuestas, que confirman lo que se presupone, que el resultado será ajustado entre PNV y EH Bildu, ambos con candidatos necesitados de proyección pública. Pero hay un aspecto que debería preocupar a todos y es la tendencia a la baja en la participación. Es cierto que hace cuatro años, en la que la abstención creció hasta el 50%, la influencia de la pandemia fue clave, pero también es cierto que desde las históricas elecciones de 2001, cuando Ibarretxe derrotó a la alianza unionista, la participación ha caído sucesivamente hasta tocar suelo hace cuatro años.