Hace no tanto el Real Madrid perdió en la Champions League contra el Rosenborg en un campo roto por el hielo. Un césped que hoy se podría ver como mucho en alguna ronda preliminar de la Copa del Rey. En nombre de la igualdad de la competición y del progreso, han desaparecido esas encerronas de nieve y balón naranja: da igual jugar en Noruega que en Turquía, Alemania, Eslovaquia o Bélgica. Todos los campos de fútbol se parecen unos a otros, aunque cada campo de fútbol lo sea a su manera, diría Tolstói. Un fenómeno que también en nombre del progreso les pasa a los nuevos bares, que parecen clones de la misma gastroteca, y a las ciudades. Esto último es un problema sobre todo para los esnobs que van de viajeros y rechazan que sean turistas: viajan a una ciudad para zambullirse en su carácter y sus gentes. Por eso, la industria turística devora las ciudades al punto de igualarlas a cualquier otra ciudad (turística). Ante esta realidad empiezan los problemas: como los genuinos lugareños desaparecen y no permiten compartir su día a día en la zona neurálgica de dicha ciudad, al turista que se cree viajero le interesa menos esa ciudad. Busca nuevas latitudes. Ya está sucediendo. Y cuando se vayan, porque se irán como antes se fueron de otros sitios, veremos qué queda.
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