Los exámenes no son exclusivos de los estudiantes. Todos somos evaluados, incluso nuestro sistema educativo, que lleva una década dando síntomas de deterioro. Quizá es porque nos pilla en plena transición, intentando cambiar de modelo, y ya se sabe que hasta coger el nuevo paso, uno se trastabilla. Pero el nuevo informe internacional PISA nos deja en una situación delicada, pese a ser la comunidad que más recursos destina por habitante a la enseñanza: en Euskadi son 1.426,6 euros por ciudadano frente a los 1.028 de media estatal. Y, sin embargo, nos estamos rezagando en matemáticas, comprensión lectora y ciencias, y ni los expertos terminan de explicar en toda su dimensión este descalabro progresivo. Seguramente hacemos agua todos, sin excepción. Incluido yo, que no sé todavía si nuestros hijos e hijas tienen más o menos competencias que antes, pero no comprendo la forma en la que algunas de éstas aparecen descritas; ni siquiera leyéndolas tres veces. Y otras de las que entiendo, me parecen ridículas, ocurrencias biensonantes, pero huecas. Y me puede la sensación de que caminamos demasiado deprisa hacia algún lugar que no termina de convencerme, una mierda de destino, por mucho que sigamos tirando de eufemismos para describir las cosas.