“¿Y la ranura para meter el cedé?”, me preguntaban el otro día desde el asiento del copiloto. “Pues este coche no tiene”, aclaré. “Pues vaya mierda de coche”, me soltó y nos reímos a carcajadas. Es verdad, las radios de los coches ya no traen cedé, ni como extra. Si el vídeo mató a la estrella de la radio, el cedé asesinó al radiocasete del coche, cuando presumía de moderno, con su autoreverse para que no hiciera falta sacar la cinta y darle la vuelta para escuchar la cara be. El cedé, que hasta entonces vivía en los equipos de alta fidelidad del salón, se puso viajero y, para disimular que con los baches el láser brincaba como un vinilo de aguja, le metieron una pequeña memoria de unos tres segundos para que ni nos diéramos cuenta. Al poco, llegaron los cargadores y donde cabía un cedé, de repente entraban seis y ocho, que ibas alternando a tu antojo. Hoy, el cedé se sigue vendiendo, pero las radios de los coches, como los gorilas de discoteca, ya no les permiten la entrada. Acabo de ver que Ismael Serrano saca nuevo cedé, pero ya no podré escucharlo en el coche. Ahora, lo compraré para escucharlo no sé muy bien dónde y tendré que convertirlo en emepetrés o descargarlo y quedarme sin la caja, la carátula, las letras y todo lo que venía a vestir el disco. El coche ha matado al cedé, pero también algo en mi interior.