Si pensabas que en los dos años largos de pandemia lo habías visto todo, siempre llega la vida misma o un fenómeno de la naturaleza para recordarte que la realidad a veces supera a la ficción. Te levantas un sábado, consultas el móvil y un compañero de la redacción te ha escrito: “Egun on, Juanma. ¿Cómo estáis?”. Cuando estás a punto de responderle que “muy bien, con algo de resaca”, ves que tienes otros 50 mensajes en varios grupos de WhatsApp. Y compruebas, entre asombrado, nervioso y preocupado, que mientras dormías ha caído encima de tu cabeza el diluvio universal, la madre de todas las trombas de agua. 116 litros por metro cuadrado en cuestión de dos o tres horas. Así que tu primer impulso es asomarte al balcón, ver cómo baja la regata Zia y comprobar con cierto alivio que va con mucha fuerza y mucha agua, pero que sigue su curso. Las imágenes del desastre te recuerdan a las de 1983, cuando se desbordó la misma regata y destrozó y anegó todo lo que encontró a su paso. Como sucedió entonces, ahora también el pueblo se ha remangado y ha tirado de auzolan para ayudar a quienes han sufrido, muchos de ellos pequeños comerciantes castigados ya antes por la pandemia. En las desgracias, afortunadamente, sale a flote lo mejor del ser humano.