Hay días en los que el espanto se pega a los huesos. El martes fue uno de esos. Un asesino decidió que tenía derecho a quitar la vida a la que fue su pareja. Y lo hizo. En mitad de la calle, habiéndolo planificado. Después, se pegó un tiro. Este es el relato de los hechos. Después llega la incredulidad, la rabia, la desesperación de ver cómo nos siguen matando. El horror total. Hijas sin madre, amigas con un hueco en el corazón, familias destrozadas y una sociedad que se desangra por una herida que no se cierra, que a diario vuelven a engangrenar crímenes machistas como el de Orio. Ocurre que cuando el horror es tan próximo nos parece más horror, que puede tocarle a cualquiera, a tu vecina, a tu compañera de trabajo, a tu médica. Y es así, porque la violencia machista es muy democrática, no atiende a clases sociales, a profesiones, a nacionalidades... Más horror: el que vivió una pareja de hombres en Villabona. Apaleados por quererse y por ser extranjeros. Espanto total al pensar que al lado, cerquita, puede haber quien sale a la caza de personas, porque sí, porque no le gusta que un hombre ame a un hombre o una mujer ame a una mujer. Espanto total al pensar que entre todas y todos no podemos pararlo. Tenemos que hacerlo, nos urge frenar el horror, tenemos que sanar.