Ey, qué tal. Quizás me recuerde –a lo Troy McClure– de la página 10, de donde vengo de opinar de la campaña electoral, o de la página 61 de la revista ON, si es que usted es de los que empieza por allí la lectura, donde hoy toca abordar el final de Sálvame. De hecho, aprovechando el símil, empiezo a sentirme un poco como Jorge Javier Vázquez en Tele 5, que lo mismo te presenta un reality, que un Deluxe, que un Sálvame de tarde... y en los ratos libres hasta te escribe un libro y te monta una gira con su obra de teatro. En mi caso, soy algo así como un okupa que se va quedando con todos los espacios libres que ve en el periódico. A veces, hasta me tienen que sujetar mis compañeros, aunque no es mal método para que la gente acabe pronto su curro porque si se descuidan pasa esto que está usted leyendo. Pero bueno, que hoy venía yo aquí a hablarles de lo que llevamos en la página 61 (no, tranquilidad, esa no la he escrito yo), que esta noche toca Eurovisión y que las dos semifinales me han aburrido muchísimo, casi tanto como la canción que lleva TVE (que no he escuchado en ninguna emisora de radio) y que, como cada año, se cuela en la final (por dictadura impuesta) sólo porque pone más pasta que los demás en una competición sin igualdad de oportunidades. Curiosa (y peligrosa) lección la que nos enseña Eurovisión cada año.
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