¿Se imagina entrar en Facebook, Twitter, Instagram o TikTok y que la pantalla del móvil muestre un número de contenidos limitado? En el autobús, en el baño, en la fila del supermercado o en el patio, el gesto es inconsciente: pulgar abajo y que pasen tuits, posts o vídeos. El scroll infinito de las redes, que así se llama la sucesión de contenidos sin fin, hace perder cada día a nivel global el tiempo equivalente a 200.000 vidas. La adicción al móvil empezó como algo individual, pero hace tiempo que pasó a ser un problema de salud pública sin que la esfera política se decida a meter mano. Cómo hacerlo si los parlamentos se van convirtiendo en platós donde grabar vídeos cortos con los que captar la atención en las redes. La cifra de esas 200.000 vidas la estima Aza Raskin, el ingeniero que inventó el scroll infinito en 2006 para mejorar el acceso a las webs. Tres años después lo tenía claro: “Optimizar algo para facilitar su uso no significa lo mejor para el usuario o la humanidad”. El scroll infinito es la base del negocio de las redes sociales. Más incluso que la explotación de los datos de privacidad, que también. Su estrategia infalible para captar nuestra atención. La que nos dificulta concentrarnos. El problema no es que perdamos el tiempo, sino en qué lo hacemos, qué ganamos y qué perdemos.
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