Desde la distancia, da la impresión de que la invasión de Ucrania ha entrado en una fase de baja intensidad que se traduce en una pérdida de interés informativo e, incluso, fatiga mediática por la falta de novedades para el curso de la guerra. A corto plazo, al conflicto no se le ve una salida posible y, como las posiciones en el campo de batalla parecen consolidadas, hemos dejado de prestar atención a lo que allí sucede. Más o menos, lo que ocurría con aquellas guerras africanas de los años ochenta, que sólo asomaban al primer plano de la actualidad cuando el índice de crueldad rebasaba la media cotidiana. Y así, hasta la siguiente. Pese a todo, ocurren cosas, como la crisis que ha estallado en la alianza comunitaria. Ha pasado un tanto desapercibida pero la medida adoptada por Bruselas para importar alimentos ucranianos libres de aranceles ha desatado una crisis con los países más cercanos a Ucrania y ha desnudado la determinación con la que socios europeos como Polonia se enfrentaron a la invasión, aquel ardor guerrero que emplearon como forma de presión ante las dudas iniciales de otros países comunitarios. Cuando han visto zarandeados sus propios intereses, ayudar a Ucrania ha dejado de ser una prioridad. Una solidaridad de postal.