Leí ayer que un fármaco experimental contra el alzhéimer, con nombre Lecanemab, puede provocar la reducción del cerebro. En los EEUU se había probado el fármaco, al parecer, consiguiendo disminuir en un 27% el deterioro cognitivo de los pacientes. Para mí, como para casi todo el mundo, escuchar que hay luz al final del túnel de una enfermedad tan dura, de un mal que te roba a los seres queridos cuando todavía siguen junto a ti, es una noticia fantástica. Una de cal y otra de arena. Un reciente estudio publicado en la revista Neurology señala que tomar este fármaco deriva en una reducción del cerebro un 28% mayor que la constatada en quienes, en el transcurso del estudio, fueron tratados con placebo. ¡Qué desesperanza! Quienes hemos vivido de cerca esa huida de los recuerdos, ese olvido de las caras, del cariño, de la caricia, sabemos que en la pelea nos dejamos piel y corazón. Observamos una de las partes atrincherada en su desconocimiento, en su desaprendizaje, mientras que la otra, la que (de momento) está al otro lado de la cerca, sólo puede cuidar, resignarse y, por qué no decirlo, a veces, muchas, perder la paciencia. Cuando te llaman Juani invocando a la hermana muerta hace 40 años, cuando te insulta quien te quiso, estas noticias dan mucha tristeza. Investigación, más y más.
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