Los ecos de Bruselas llegan debilitados por la euforia primaveral, pero los expertos no lo dicen bien claro: Europa se encamina hacia una sequía grave. Ya no es Somalia, ese país del Cuerno de África donde casi la mitad de la población sufre hambre severa por la falta de alimento y agua, lo que ha llevado a miles de personas a abandonar sus hogares en un tétrico trayecto plagado de cadáveres para tratar de sobrevivir. No, el cambio climático ya golpea la puerta de nuestra casa. En la ribera de Navarra, los agricultores miran con preocupación las restricciones en las zonas de regadío, donde las acequias acumulan días en secano sin beber del canal que les abastece, debido al preocupante estado de los pantanos aguas arriba. "¿Cómo plantar sin saber si voy a tener agua para regar?", se preguntan. Aquí en el Norte, resistimos, aunque los embalses guipuzcoanos se mantienen por debajo de los porcentajes de llenado que tenían el año pasado por estas fechas. Si echamos la vista más al sur, imaginen las graves consecuencias: desabastecimiento, cortes de agua, etcétera. Y otra consecuencia. Si ahora los precios de los alimentos básicos están altos, las restricciones derivadas de ese sequía que parece inevitable también tendrán su reflejo en el bolsillo. Otro más.