No creo que en toda la historia de la humanidad haya ocurrido un proceso de cambio social tan profundo y veloz como el que ha logrado la revolución digital, sobre todo a partir de la combinación de Internet con la telefonía móvil. Todo ha sucedido en poco más de dos décadas, como si hubiera venido un tsunami que nos ha engullido sin posibilidad de escape, a rebufo del paso que han marcado las grandes corporaciones tecnológicas de Estados Unidos, triunfadoras del amanecer digital, porque esto no ha hecho más que empezar y ni intuimos adónde nos conducirá en las próximas décadas. Ese futuro se empieza a construir hoy con discusiones como la que ha anunciado la Unión Europea para decidir cómo se financia el despliegue de las infraestructuras que necesita la tecnología 5G. La idea es abrir una consulta que va a enfrentar los intereses de las grandes plataformas digitales, con los de las grandes compañías de telecomunicaciones. Por decirlo de forma simple, si las plataformas digitales van a seguir forrándose sin pagar un duro por usar las redes. Un choque de lobbys que, según la Comisión Europea, busca la mejor decisión en beneficio de los consumidores. Que así sea, pero creo que el enfoque mejoraría el resultado si antes que consumidores nos consideraran ciudadanos y ciudadanas a los que proteger de la voracidad de estas grandes corporaciones. Pero me temo que Europa ha llegado tarde a esta carrera.