Acabo de venir de hacer la compra. La del súper; lo básico, lo indispensable, ya saben. Me ha sorprendido ver que los tomates estaban a precio de pechuga de pollo, luego he visto que la pechuga de pollo estaba a precio de filete de ternera y el filete de ternera a precio de solomillo. No me he atrevido ya a mirar lo que costaba el solomillo, lo confieso, porque ya cuando vi el precio de los pimientos rojos en la sección de fruta y verdura casi me caigo de culo. No descarto que en cualquier momento a cada pimiento le planten una de esas alarmas que ponen a las colonias o que nos faciliten llevarnos medio pimiento como quien compra media barra en la panadería, aunque sea por motivos bien distintos. Y usted dirá, ¿pero cuánto hace que este juntaletras no va a la compra? Pues exactamente una semana, se lo juro. Y sí, yo también tenía la percepción desde hace tiempo de que el billete de 50 había encogido sin meterlo en la lavadora porque ya no podías comprar lo de antes, pero no sé si ha sido para conmemorar el año de la excusa en la que los precios se dispararon o qué ha pasado. Ahora, estoy intentando localizar al tipo/a que hace la cesta de la compra con la que calculan el IPC de cada mes, a ver si me chiva dónde encuentra esos precios.