La mirada de un niño siempre es estremecedora. Más aún cuando sus ojos reflejan el horror de una catástrofe. El terremoto que ha dejado miles de víctimas en Turquía y Siria tiene un rostro infantil y es el de un niño de Babl al-Hawa al que le cae desde la frente hasta el mentón un hilo de sangre seca. Canoso por efecto del polvo a pesar de su corta edad. Superviviente con secuelas para el resto de su vida. Los fotógrafos que cubren las catástrofes siempre buscan esos retratos conmovedores con los que el resto de los mortales, desde la seguridad del salón de nuestras casas, tendemos a empatizar. Fotos históricas ha habido muchas, como la niña del Napalm en la guerra de Vietnam, que fue captada cuando corría desnuda después de haberse arrancado la ropa en llamas; o la niña refugiada afgana que protagonizó la portada de National Geographic. Más recientemente, otra foto icónica tuvo como protagonista a un niño, Aylan, pero en este caso, desgraciadamente, fue la imagen de su cuerpo sin vida arrojado por el mar en una playa turca la que puso de nuevo en el ojo del huracán mediático la crisis humanitaria en Siria, país que sigue acumulando tragedias tras este nuevo golpe en forma de catástrofe natural. De ahí también llegan imágenes, menos, pero más dramáticas si cabe por la situación geopolítica.