Un estudio dado a conocer ayer concluye que nuestra memoria se asemeja a una gran escalera y que cada pequeño evento que vamos viviendo equivale a un peldaño. Así, cuando un evento termina y empieza otro nuestro cerebro escanea ese cambio de peldaño y, gracias a ello, podemos recordar, por ejemplo, dónde hemos dejado las dichosas llaves, porque nos bastaría con ir retrocediendo peldaños hasta llegar a ese momento en el que te recuerdas con las llaves en la mano. La teoría, aunque ahora se vista de científica, no es nueva y yo, que soy dado a perderlo todo menos la paciencia, la llevo practicando muchos años, incluso revisitando físicamente esos peldaños, aunque a mí no siempre me funciona. Bueno, nunca. Por lo general, el último sitio donde me recuerdo con las llaves en la mano es en la puerta, pero otras tantas ni eso, y entonces arranco una labor de investigación de cómo he entrado y si las habré abandonado en la cerradura y alguien las ha tangado, porque ahí tampoco están (casi) nunca. Ahora, dejo las llaves atadas al móvil y como tampoco sé nunca dónde dejo el cacharro, en vez de memoria, que no tengo, tiro de tecnología, la de uno de esos relojes que la gente usa para medir los pasos, las pulsaciones, las calorías, el sueño, el estrés y no sé cuántas gaitas más y que a mí me vale con que me encuentre el móvil sin tener que subir ni bajar peldaños en la cabeza, sin tener que pensar. Una maravilla.
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