Me viene a la cabeza estos días el concierto que dio Loquillo en diciembre en el Kursaal. Estábamos en la cuarta fila, a una distancia del escenario que te permite quedarte con los pequeños detalles, y gracias a ello captamos el instante dubitativo del rockero catalán cuando se arrancó con un poema musicado del dramaturgo Bertolt Brecht. Bien pudo haber resuelto el leve traspiés tirando de tablas. Pero no. Giró sus casi dos metros de altura y ordenó parar al resto de la banda. “Cuando uno la caga, vuelve a empezar”, se dirigió al público, para ofrecer su versión definitiva. A la ministra de Igualdad, Irene Montero, quizá le haya faltado hasta ahora girarse para reconocer algún error. Una ley concebida para proteger a las mujeres no puede permitir 270 rebajas de condenas a agresores. Dicho esto, el paralelismo entre Loquillo e Irene Montero no es del todo justo. Cuando el cantante la cagó, todos guardamos en la sala un respetuoso silencio. Nadie comenzó a cuestionarle como artista, a abuchearle, a pedir su cabeza. Es precisamente lo que se estila en esta política tan irrespetuosa e hipócrita. Porque no parece muy serio que un partido como el PP se presente casi como adalid de las corrientes feministas. Una formación que no descarta un futuro gobierno de la mano de Vox, que llega a negar la violencia de género. Nada menos.