Siempre hay un motivo para que autojustifiquemos comportamientos tontos. Van unos ejemplos. Paseando por la calle se te mete en la cabeza que si no pisas las baldosas negras vas a tener suerte. Y ahí que avanzas dando saltitos dismulados. Llegas al súper y piensas que el bote de tomate frito bueno, el bueno de verdad, está el último de la fila, allí al fondo. Porque, claro, todo el personal está pensando en timarte y esconde el bote que no está caducado detrás de otros 50, como si no tuvieran otra cosa que hacer. Sigamos con los ejemplos. Quien más y quien menos, con mayor o menor disimulo, se ha movido de una cola a otra cuando espera a pagar porque, es cierto y científicamente contrastado, que el despistar y poner de los nervios a todo el mundo hace que avance antes. Pero el colmo llega en Navidad con la lotería. Y aquí la menda se pone “primer”. ¿Que se ha muerto un ser querido?, a coger el número que coincide con el día del fallecimiento; ¿Que ha nacido un sobrino?, pues también. ¿Que tomas el café aquí?, por si acaso no vaya a ser que...; en el curro, “si les toca a todos y a mí no, me muero”; con la cuadrilla, un número cada una a compartir; que me voy de viaje, pues vamos a probar que en el sur toca siempre. Total que por si acaso se te van 100 euros y tocar, toca arrepentirte.