Últimamente, algunas encuestas ponen el énfasis en que el apoyo a la independencia en Euskadi apenas rebasa el 20% y que también en Catalunya muestra signos de fatiga. Así será, pero la cuestión central, antes como ahora y en el futuro, no va de porcentajes coyunturales y sí de establecer vías democráticas que permitan expresar y conocer la voluntad mayoritaria, lo que se conoce como el derecho a decidir. En Escocia no ha sido posible hacerlo por segunda vez. El Tribunal Supremo de las islas ha resuelto que no tiene competencias para convocar un referéndum y que solo lo podrá hacer con autorización del Parlamento británico. La primera ministra Nicola Sturgeon opina con razón que si Escocia no puede decidir su propio futuro sin el permiso de Londres, la afirmación de que el Reino Unido es una unión voluntaria de naciones es un mito que refuerza la causa de la independencia. En última instancia, la cuestión soberanista es sobre todo una cuestión política. Fue un acuerdo político con Cameron lo que permitió a Escocia realizar su primer referéndum y fue la voluntad política del Parlamento británico la que habilitó la norma de la consulta sobre el brexit que sacó al Reino Unido de Europa, modificando las condiciones bajo las que se celebró el primer referéndum escocés. Dicen que el procés, ha fracasado, pero es una verdad a medias, porque má allá de barreras legales y vetos constitucionales, lo que ha quedado retratado es la voluntad política y democrática hacia las demandas soberanistas del pueblo catalán: a pòr ellos, represión y 155.