Curas que mencionan los nombres de Francisco y José Antonio durante la bendición de la eucaristía. Fanáticos que exaltan el fascismo. Grupos de camisas azules que entonan el cántico con el brazo levantado. Concentraciones a las que se suman organizaciones de extrema derecha de Francia, Alemania e Italia, posando juntos para la ocasión. Para llevar unos años criando malvas, la dictadura parece seguir contando todavía con mucho predicamento. El aniversario de la muerte de Primo de Rivera y del dictador Francisco Franco volvió a convertirse ayer en una rancia vuelta al pasado que este año coincide con la entrada en vigor de la Ley de Memoria Democrática. La historia no puede construirse desde el olvido y el silenciamiento de los vencidos, pero sigue habiendo mapas de fosas y descendientes de represaliados que continúan pidiendo derecho a la exhumación de sus familiares republicanos. Tras la Guerra Civil y, especialmente desde el Holocausto, las políticas de memoria democrática se han convertido en un deber moral indispensable para evitar la repetición de los episodios más trágicos de la historia. Una amenaza de la que no estamos exentos ante el auge imparable de la extrema derecha en Europa. El olvido no es una opción en democracia.