Me pregunto si las activistas que ayer arrojaron el contenido de dos latas de sopa de tomate sobre el cuadro Los girasoles de Vincent Van Gogh expuesto en la National Gallery de Londres iban buscando en realidad el cuadro de Warhol para rellenarlo y se confundieron de museo (y de país). Me pregunto si cuando atacaron el cuadro, pintado en 1888, sabían que había un cristal que protegía el lienzo. Quiero pensar que sí. Si no, igual está mal empleada la palabra activista y hablamos de otra cosa. También quiero pensar que las preguntas “¿Qué vale más, el arte o la vida?, ¿vale más que la comida?, ¿vale más que la justicia?, ¿qué nos preocupa más, la protección de una pintura o la protección de nuestro planeta y la gente?” que lanzaron tras su acción eran retóricas y no pretendían la falsa dicotomía de que haya que elegir –¿quién, ellas?– entre ecología y arte, entre naturaleza y museos, entre arte y vida. No es verdad. La acción recuerda a esa otra en el museo Reina Sofía en la que varios activistas se tiraron al suelo el pasado junio frente al Guernica de Picasso para protestar por la cumbre de “los señores de la guerra” de la OTAN en Madrid. Entonces ni se acercaron al cuadro porque aquello sí fue el acto de protesta de activistas. Lo de ayer en Londres no tengo nada claro lo que fue.