Los hay a cientos, miles y millones y proliferan en cualquier ámbito, ninguno se libra. Hablemos de los jetas cotidianos, de los que una se encuentra en su día a día. Situación. Bar a rebosar en la hora del aperitivo con camareros y camareras a tope. Lanzan la pregunta al aire: “¿Quién va ahora’” y se oye la respuesta: “¡Yooooo!”. Prueba de agudeza mental. Adivinen quién había llegado el último a una barra llena en la que la mayoría esperaba paciente a que le tocara el turno. Pues nada. Que el jetas fue atendido y que los demás nos miramos y callamos. Y es que, ya lo voy observando, para jetas no vale cualquiera. Hay que ser jetas con seguridad, con convencimiento. Hay que ser jetas por vocación, de esos a los que los demás les importan un pimiento. Los imitadores, abstenerse, no sale bien, ni lo intenten, que les temblará la voz. Lo peor es que esperar para comer una croqueta tiene un pase, pero hay cosas mucho más graves que no lo deberían de tener y, por desgracia, lo tienen porque nadie responde de las consecuencias de los comportamientos de jetas en terrenos como la política, la Administración y, también hay que decirlo, el periodismo. No vale levantar la mano para atribuirse méritos y colarse a quienes curran para después criticarles. ¿A qué les suena esta historia?