Desde que soy padre, soy un plomazo de tío. Y a los plomazos, una de las cosas que más nos gusta reprochar es justo aquello que hacíamos más a menudo. Patear una lata, o cualquier otra mierda tirada en el suelo y jugar con ella como si fuese un balón, por ejemplo. Esto hoy en día podría ser deporte nacional, puesto que nuestros hijos e hijas, y supongo que también nosotros y nosotras, por extensión, seguimos siendo bastante guarretes. Pues bien, el pequeño de casa tiene una habilidad especial para maradonear con los residuos sólidos que se encuentra tirados en cualquier lado. No puede evitarlo, y mira que me empeño. Cada mierda que patalea, ya sea en la playa, en el parque o de camino al colegio, se la hago recoger y llevarla hasta el contenedor más cercano. Siempre protesta lo mismo: que él no la ha tirado. Y siempre le respondo igual, que desde el momento en que ha empezado a jugar con esa lata, bolsa, o la porquería que sea, pasa a ser su responsabilidad. “Orain zure ardura da!”, le machaco. Debe de estar hasta las narices. En el fondo, solo quiero que aprenda a esquivar y no comerse los marrones que no son suyos. En esta vida siempre vamos a necesitar personas que hagan lo que dejan de hacer otros, o reparar directamente lo que hacen mal. Pero mejor que sea otro.