Aunque el calendario nos diga terco que todavía no ha finalizado el verano, lo cierto es que ya se ha pasado página del que algunas mentes agoreras o clarividentes han definido como “el último”. Comienza el curso escolar y el político y parece que, también, el económico, porque aunque llevamos meses con todas las luces de alarma encendidas y las sirenas sonando, tras dos años de pandemia y con el miedo en el cuerpo a asomarnos al abismo, este ha sido el verano de la huida, del olvido, de la recuperación de algunas costumbres aparcadas. Habrá un mañana, claro que sí, pero el temor a que sea peor, mucho peor, ha provocado que como los tres monos nos tapemos oídos, ojos y boca por un par de meses. Pero se acabó, y a buen seguro las flechas ya están afiladas para ser lanzadas. El problema radica en que, casi siempre, la diana resulta ser la misma y pagan siempre quienes siempre pagan. El miedo es mal consejero pero también lo es ser tenaces en el no querer afrontar que vienen tiempos difíciles. Al mal tiempo buena cara, sí, pero no una cara que no mire de frente. Pues eso, que comienza el curso sin mascarillas, a cara descubierta, y toca remar con fuerza y al unísono. Las corrientes no son favorables, cierto es y quizá toque ponerse la pilas para que este no sea “el último verano”. Aunque, quizá, solo quizá, igual algunas cosas deben cambiar.