La semana pasada se armó un revuelo importante después de conocerse que 145 personas habían alcanzado el 22 de julio la cima del K2, la segunda montaña más alta del mundo. Para hacernos una idea, en un día pisaron la cumbre tantas personas como entre 1954 y 1996. En su vertiente deportiva, el acontecimiento carece de valor. Los 145 clientes de las agencias nepalís, que son las que organizan las expediciones a las grandes montañas, subieron enchufados a botellas de oxígeno y con cuerdas fijas hasta la cima. Por comparar, solo unos días después, Denis Urubko, uno de los mejores alpinistas del mundo, coronó en solo 29 horas el K2 sin oxígeno tras hollar antes el Broad Peak y el Gasherbrum II. Unos y otro son la noche y el día. Ya lo hemos contado alguna otra vez por aquí. Es como subir al Tourmalet con una bici convencional o con una eléctrica. No hay color. Otra cuestión es las críticas que reciben los sherpas nepalís por masificar, desnaturalizar y comercializar los ascensos a los colosos del Himalaya y del Karakorum. Críticas que se hacen desde Occidente, desde este primer mundo que lo comercializa absolutamente todo, desde una subida al Cervino con un guía hasta ver los sanfermines en la Estafeta desde un balcón. Vemos la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.