Parece que el conflicto de Ucrania ha acabado, que la guerra no continúa provocando muertos y heridos y que el territorio sitiado ha desaparecido del mapa. Sí, es cierto que existen otros temas que han cobrado actualidad, como el sofocante calor (habitual, por otra parte, en esta época, digo yo), las incesantes subidas de los combustibles y la energía (que no dejan de rascar el bolsillo del consumidor), las subidas de los tipos de interés (que tanto van a afectar a las hipotecas) o el vergonzoso caso Inda-Villarejo-Ferreras. Pero la invasión de Rusia, que comenzó el pasado mes de febrero de forma más virulenta pese a que desgraciadamente viene de largo, sigue causando estragos, sobre todo entre la población ucraniana, de la que pocos se acuerdan, o nos acordamos, ya. Razón por la que no está de más poner el foco sobre los alarmantes datos ofrecidos recientemente por Naciones Unidas en relación a esta guerra: son más de 5.000 los civiles muertos, entre ellos al menos 260 niños, y más de 6.500 los heridos “verificados”. Aunque lo peor de todo es que estas cifras son, según estiman, mucho más altas. Por ello, a los dirigentes del resto de Estados, además de dedicarse a resolver sus asuntos más cotidianos, hay que exigirles que pongan todo de su parte para que traten de solucionar un conflicto atroz. l