A pesar de ser navarra, tuve que venir a vivir a Gipuzkoa para descubrir y disfrutar de uno de esos rincones navarros de obligada visita: la sierra de Urbasa. La procesión de coches guipuzcoanos que huyen los fines de semana de verano buscando la frescura de los hayedos o el horizonte despejado del raso sigue siendo un clásico en este parque natural, tanto como la furgoneta de Helados Mendoza (para el mozo y la moza) parando en cada zona de aparcamiento para refrescar el postre de las familias. Como el perro de Pavlov, el sonido de la bocina inicia la maquinaria degustativa. Este pasado fin de semana, en Urbasa también hizo calor, mucha calor, la tónica de estos dos últimos meses. Y aunque esas fuentes naturales, que han dado de beber a generaciones y que mantienen al ganado que pace en el entorno del parque natural, siguen manando, era llamativo comprobar cómo de algunas apenas salía un hilo de agua, insuficiente para renovar los riachuelos donde al anochecer se concentran los animales para saciar su sed. Y estamos a julio. La tierra se seca y la hierba ha dejado de crecer. Así que a algunos ganaderos no les ha quedado otro remedio que bajar las reses y los rebaños porque apenas hay pasto, alimento que ahora, por la guerra de Ucrania, tendrán que comprar a precio de oro.