Eestaba pensando en acercarme a ver la exposición Oteiza en Argentina, que está en el Museo Diocesano, pero la situación me pone en un brete. Si me gustan las obras y luego se descubre que no fueron hechas por el escultor de Orio, como sostienen algunos, voy a quedar como una paleta y si no me gustan y son auténticas, como sostiene el museo, también. Menudo dilema. El arte y sus copias dan para mucho pero la verdadera diferencia entre un obra artística y una copia idéntica solo es su precio. En este caso, si fueran falsas, las obras tienen el mérito de parecer de Oteiza. Tengo en casa un cuadro en casa copiado de otro del pintor alavés Fernando de Amárica. Me gustó la imagen y aprovechándome del artista de la familia, le pedí que lo copiara. Cuelga de una pared, no es verdadero, pero me a mí me sirve. Hace poco ha habido otro lío con un presunto cuadro de Zuloaga y este mismo mes, en Orlando, el FBI ha requisado 25 obras atribuidas al pintor Basquiat. Una vez generada la duda sobre la autoría es muy difícil deshacerla y el precio se resiente. La copias de las obras de arte son un arte en sí mismas y también una industria. El famoso ladrón de arte Erik el Belga, que también era falsificador, cuenta muchos secretos de su oficio en su novela Por amor al arte. Y a la pasta.