Visitar Gaztelugatxe con el régimen actual, que acota las visitas diarias en torno a las 3.000 personas, sin superar las 340 al mismo tiempo, es un placer. Se agradece subir y bajar las escaleras que dan acceso al islote y a la ermita, y recorrer el camino escalonado hasta el parking sin sentir el aliento del que viene detrás con prisas. Antes de convertirse en Rocadragón, la ermita y su entorno ya constituían uno de los enclaves más visitados, pero la serie Juego de Tronos los puso en el punto de mira mundial, compartiendo protagonismo con el flysch de Zumaia. El caso es que muchos de los que buscan subir esos famosos escalones se quedan sin poder acceder por no planificar su visita, mientras que quienes han sido precavidos pueden disfrutar de la belleza y de la magia del lugar sin codazos ni empujones que empañen la experiencia. En Monte Perdido también han resurgido voces para limitar el ascenso al techo del Pirineo tras un fin de semana de récord en rescates. En su día y tras la fama que adquirió Zumaia, el Gobierno Vasco también planteó limitar las visitas al flysch. No se puso en marcha y la pandemia, supongo, dejaría la idea sumergida entre el papeleo del cajón de algún despacho. Pero bien planteado quizá no fuera una propuesta tan descabellada, aunque el límite de regular este tipo de lugares turísticos debe ser proporcional y consensuado.