laman a cualquier a hora al teléfono de casa. Y al móvil. También al teléfono del trabajo. Aunque respondas, casi nunca hay nadie al otro lado, porque te llama un robot que al descolgar te asigna a un teleoperador cualquiera tras un rato de silencio. Es spam telefónico y ha alcanzado niveles de acoso. Si cuelgas, te vuelven a llamar. Si bloqueas el número en el móvil, te llaman desde otro casi idéntico con apenas un número cambiado en la terminación. Y si dejas activado el contestador, jamás dejan un mensaje. Una simple búsqueda en Internet de esos números te lleva a webs donde la gente describe el acoso que sufre, las horas indecentes a las que llaman, los engaños con los que intentan que contrates algo o el caso omiso que hacen a la Lista Robinson, aquella que se inventó para librarse del acoso telefónico. Es la selva, la publicidad más agresiva que se recuerda. Se aprobó unos horarios que no se respetan, unas fórmulas que se incumplen. Muchas veces no saben ni tu nombre y arrancan con la manida frase "¿es usted el titular del teléfono tal?", otras se saben hasta tu dirección y jamás responden de dónde han sacado los datos. Toca que el Gobierno legisle, de verdad, contra este infierno. Como mínimo que estén obligados a identificar quién les ha vendido tus datos y a darte de baja inmediatamente en la misma llamada. Todo lo que no sea eso será dar alas al acoso y ya vuela demasiado alto.