o de "somos de apetito", se decía mucho en mi casa. Con eso se justificaba que si el termómetro marcaba cuatro bajo cero o treinta en positivo, las alubias con todos sus sacramentos entraban bien. En pleno agosto, las comidas familiares llevaban su cordero asado y una buena sopa de pescado. Llegaba la Navidad y cuando veías una mesa que desbordaba con dos primeros, tres segundos y cuatro terceros (lo de terceros es una aportación propia) más postre, era porque "somos de apetito". Hoy en día pasamos con una ensalada completita como plato único, ¡si mi padre levantara la cabeza! Y en la cena pescadito o pechuga a la plancha con el inevitable tomate estival. Soy la primera en ser bastante militante con lo de cuidar la comida, lo mismo que me encanta pasarme la militancia por el moño y hacer excepciones por causas peregrinas, por ser jueves, por ejemplo. A lo que voy. En la época del brócoli y el pavo me encanta saber que hay quien va a su aire. Me lo contaba una amiga: en una reunión familiar un primo se encargaba del plato principal y trajo callos, que los borda. Quedó en manos de su madre poner algo para picar. Pues, pensando un poco, antes de los ligeros callos, en pleno julio ¿qué se puede poner? Pues claro que sí, huevos fritos con patatas. Si es que es lo que es. Que somos de apetito.