enemos que tener mucho más cuidado, y creo que la montaña nos va a sorprender cada vez más”. “Hay que hacer una buena campaña de prevención de los peligros de la montaña y de las consecuencias”. “Tengo asumido que la montaña conlleva un riesgo muy elevado, pero pienso que hay que disfrutar el momento”. Edurne Pasaban (Tolosa, 1973), la primera mujer de la historia en ascender a los 14 ochomiles, una deportista monumental, le guardaba un enorme respeto a una disciplina que dominaba como nadie. Ya en 2012 advertía de los efectos nocivos que podía acarrear el cambio climático, variando el comportamiento de la naturaleza y haciéndola aún más imprevisible.

Tras hacer cima en el Shisha Pangma, Pasaban completó una etapa de su vida. Había cerrado un círculo. En una entrevista concedida al GRUPO NOTICIAS, afirmaba lo siguiente con respecto a si alguna vez había sentido “miedo” durante la actividad alpina. “Sobre todo siento respeto por la montaña. Miedo también, porque yo no me quiero quedar en la montaña. No soy de esas personas que piensan que me puede llevar a la muerte. Para nada. Yo quiero morirme de mayor, como mi abuelo, con más de 90 años”.

Pese a todos los avances personales y tecnológicos que se han producido en la última década, la alta montaña continúa siendo un foco de peligro. Muchos accidentes que ocurren en el periodo invernal se deben al exceso de confianza, a la errónea información y al equipamiento poco adecuado. La ‘doctrina Pasaban’ va implícita en estas recomendaciones que suelen repetir machaconamente (nunca es suficiente) guías de alta montaña y avezados escaladores.

Existen normas de carácter general que hay que tener en cuenta antes de afrontar una ascensión. La nieve debe asentarse después de una copiosa precipitación. En caso de que el tiempo esté revuelto y poco fiable, mejor esperar a que se calme y se estabilice el parte meteorológico; de lo contrario, los cambios bruscos de temperatura pueden favorecer el desprendimiento de nieve. Las placas de nieve, provocadas por el viento, no son fáciles de detectar y conviene andar con mucho ojo. Las prisas nunca han sido buenas consejeras y menos en el mundo mendizale. Ya se sabe: la montaña no se moverá de sitio y se podrá retomar la actividad cuando mejoren las condiciones.

Es el acrónimo que debe grabarse a sangre y fuego en los accidentes que se producen en la alta montaña: Proteger, Avisar, Socorrer. La prudencia y la lógica deben imperar en las actividades montañeras; asumir riesgos no suele conducir a nada bueno y nos pone en peligro de manera insensata y torpe. La ayuda externa puede llegar a demorarse una eternidad dependiendo de los casos. Lo que en la calle se resuelve en cuestión de minutos, en las alturas necesita mucho más tiempo. Horas. Días. Nunca se sabe a ciencia cierta cuando llegará la atención sanitaria.

En las guías de montaña y escalada consultadas coinciden: el riesgo cero no existe. Obviamente, no es lo mismo hacer senderismo que enfrentarse a cara descubierta a una extensa pared vertical. No obstante, todos los que se asomen alguna vez a la montaña deben saber que se exponen a un posible peligro. El objetivo a perseguir, por lo tanto, consistirá en minimizar al máximo los riesgos asociados a la actividad.

La principal amenaza del alpinista o montañero. El enemigo más mortífero, complicadísimo de sortear e impredecible. El infierno blanco. El estruendo helado. Las probabilidades de salir ileso de un alud son muy escasas: el manto de nieve arrastra como un huracán. Puede con todo y con todos. La prevención es fundamental en caso de avalancha y su consulta es obligada en invierno para adecuarnos a diferentes zonas o macizos. Los niveles de riesgo se miden en una escala del 1 (riesgo débil) al 5. Si el riesgo llega al número 3 (notable), la práctica de deportes de montaña se considera “imprudente”.

Es el aparato de detección utilizado por los equipos de rescate y montañeros profesionales. Conocido por sus siglas en francés (Appareil de Recherche de Victimes d´Avalanches) y desde hace algún tiempo en castellano (Detector de Victimas Avalanchas), permite localizar cualquier señal a una frecuencia concreta y con mucha exactitud, lo que puede salvar la vida del accidentado. El tiempo es oro en la alta montaña. La posibilidad de vida del alpinista disminuye en un 50% transcurrida la primera hora. Eso sí, para un manejo eficaz y correcto del DVA se requiere conocimiento previo y específico. No es sencillo.

Ir solo es una de las mayores temeridades de los montañeros expertos. Al no ver un riesgo evidente y tener sensación de dominio total, tienen la tentación de desplazase por su cuenta y riesgo. Solos. Sin que nadie les haga compañía su lado. Es un error de bulto y más común de lo que nos imaginamos. La montaña exige rigor y seriedad, más aún en el frío periodo invernal. El mejor aliado del montañero es otro montañero. Así que lo de mejor solo que mal acompañado lo dejamos para aquella simpática película con John Candy y Steve Martin en su vuelta a casa por Navidad.

Piolet, crampones, bastones, raquetas de esquí cuando la nieve se haya reblandecido, esquís de fondo, esquís alpinos para superar pendientes pronunciadas... Abandonar la pereza y saber utilizar los materiales adecuados para cada ocasión es fundamental. Muchos accidentes y reveses se producen por simple incompetencia: debemos conocer los entresijos de cada material, por muy pequeños o banales que nos parezcan. Más vale pasarnos de precavidos que quedarnos cortos. Y, por supuesto, evitemos a toda costa frases como “total, a mí estas cosas nunca me pasan”.

Otro apartado básico para evitar males mayores. El equipamiento personal no es un asunto baladí. El mal tiempo no siempre avisa: en caso de que haya un bajón brusco de temperaturas o una inesperada tormenta de nieve debemos estar preparados. En caso de que la situación se vuelva comprometida, la ropa térmica e impermeable se convertirá en nuestro salvavidas. El frío, ese enemigo tan silencioso como peligroso, puede provocar congelaciones y graves casos de hipotermia. Si no se detecta a tiempo, que al menos nos pille con la ropa adecuada.

Es cierto que la tolerancia al frío no se puede entrenar, pero hay otros aspectos (la dieta, la resistencia, mantener un óptimo estado de forma) que sí podemos lograr con dedicación y esfuerzo. Cuidando y reforzando nuestra salud evitaremos exponernos a situaciones peligrosas y podremos disfrutar más de la ascensión. Y ya que estamos tratando de minimizar riesgos y curarnos en salud, resulta muy útil tener unas nociones básicas de primeros auxilios. Un poco de información sanitaria y un pequeño botiquín a mano no están de más en las travesías montañeras. l

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