Convertido en los últimos años de vida en un escritor recuperado para el gran público, Ramiro Pinilla fue un caso único hasta el final de sus días. Su afán por dejar huella con todo lo que escribía le llevó a plasmar su visión del mundo a través de su tierra o de un deporte tan denostado por la alta cultura como el fútbol, coartada que le valió el Premio Euskadi, el segundo de su carrera, en 2012, por ‘Aquella edad inolvidable’. La novela habla de dignidad y respeto, de coherencia y de ética, del precio de la honestidad, de la traición... y de balompié. Souto Menaya, más conocido como ‘Botas’, es autor del gol de la victoria en la final de la Copa entre el Athletic de Bilbao y el Real Madrid. Tras el histórico remate sufrirá el mayor revés de su vida: un defensa del equipo rival le deja cojo y medio invalido. Adiós al fútbol profesional. Fin de la gloria. Vuelta a una vida pobre y gris.

El héroe de la Copa trabaja ahora ensobrando cromos. El destino le juega una mala pasada: ve su propia foto en las colecciones de fútbol. No se puede caer más bajo. O sí. Sus mejores años hace tiempo que pasaron y un periodista le hace una propuesta tan jugosa como extraña. Todo un dilema moral. A cambio de decirle que él fue el jugador que anotó el gol de la final con la mano no pasará más penurias. ¿Qué hará? ¿Se mantendrá firme o sucumbirá al chantaje?

Pinilla encandiló al jurado del Premio Euskadi. Obtuvo el galardón en la modalidad de literatura en castellano con “una hermosa novela sobre la juventud y la fidelidad, el éxito y el fracaso, escrita con la difícil sencillez de los maestros, en la que destaca el retrato psicológico de los personajes”. Asimismo, consideró que la obra estaba “narrada sin desmayo, bien medida, y, sobre todo, con una emoción lograda sin recurrir a ningún efectismo y una lección moral sin moralina”.

El deporte rey se había colado en una ceremonia acostumbrada a hablar de otras cosas más elaboradas y que poco tienen que ver con ligerezas futbolísticas. Pinilla logró así redondear su carrera 50 años después del inesperado premio obtenido por ‘Las ciegas hormigas’. Una rara avis del panorama literario vasco al que se sigue recordando y venerando tras su fallecimiento hace 8 años.

Mucho antes de la locura colectiva generada por ‘Patria’, la archiconocida novela de Fernando Aramburu, el vizcaíno Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923 - Barakaldo, 2014) había logrado el reconocimiento del sector y el aplauso de la crítica. En 1960 ganó por sorpresa el Premio Nadal. Los favoritos eran viejos conocidos de las letras españolas, con Juan Goytisolo a la cabeza. 11 años más tarde, en 1971, quedó finalista del Premio Planeta. Se refugió en una modesta casa con granja y huerto de Getxo. Cultivó un perfil bajo y underground y continuó escribiendo en editoriales independientes, pero lejos ya de los círculos literarios. Se había evaporado del mapa comercial.

En 1980 apareció ‘Andanzas de Txiki Bastardo’, novela de la que extrae personajes y ambientes que extrapola a la que se le considera su obra maestra, la trilogía ‘Verdes valles, colinas rojas’. El colosal libro, de más de 2000 páginas, está compuesto por ‘La tierra convulsa’, ‘Los cuerpos desnudos’ y ‘Las cenizas del hierro’. Su fama explotó de una vez por todas. A Pinilla le llovieron elogios y galardones y volvió a la primera división de la literatura. Le concedieron el Premio Euskadi, el Premio Nacional de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa, avalando así una obra al que le han puesto la etiqueta de “gran fresco del País Vasco”. Una alegoría vasca entre el siglo XIX y la llegada del Franquismo que por su densidad, riqueza y raigambre lírica ha sido comparada con William Faulkner y Gabriel García Márquez.

Getxo se convierte en el símbolo de un mundo que cambia frente a otro que se resiste a todo tipo de avances. El campo frente a la ciudad. Lo viejo y lo nuevo. Una colisión entre una rica aristócrata y una criada pone patas arriba la sacrosanta tradición cuando ésta desvela que espera un hijo ilegítimo. Ahí empieza a formarse el mosaico. Y juntando todas las piezas, dándole forma a un peculiar universo, la exuberante y precisa escritura de Pinilla.

Aramburu recordó su figura. “Gastaba ese tipo de humor que obedece al nombre de retranca, cuyo fin primordial no es causar la risa, sino clavarle al interlocutor, como quien no quiere la cosa, un aguijonazo sutil de ironía. Era más un hombre de significados que de ornamentos formales”. En ‘La higuera’, su novela de 2006, Pinilla sostiene lo siguiente: “Una higuera sería un recordatorio eterno. La gente debe olvidar todo lo que está pasando ahora, y con esa higuera no se olvidaría de ti, de mí y de todos nosotros”.