urretxu - La gran pasión del urretxuarra Xabier Ormazabal era la montaña. En muy pocos años consiguió ascender los cinco montes más altos de la extinta Unión Soviética (logrando así el título de Leopardo de las Nieves), el Shisha Pangma y el Cho Oyu. Murió en esta última montaña, en octubre de 2004, con 23 años. Ormazabal era una de las grandes promesas del montañismo vasco.

Una de las personas que más relación tuvo con él fue su hermano Andoni, pues compartieron muchas excursiones y expediciones y le tocó ejercer de hermano mayor. Recuerda que se aficionó a la montaña de la mano de su hermano Xabier. “Al aita le gusta el ciclismo y tres de los cuatro hermanos anduvimos en bici. Xabi fue el único que no llegó a competir. Fue de su mano como empezamos los otros tres a andar en el monte. Fue a un curso de Felipe Uriarte y Felipe le transmitió su amor por el monte”.

Xabier se enamoró perdidamente. “Tendría unos 14 años cuando hizo ese cursillo. Con 16 fue a los Alpes, con unos madrileños. Estos pusieron un anuncio en la revista Desnivel, diciendo que iban cuatro y necesitaban un quinto. Ellos fueron a conocer los Alpes y Xabi a subir el Montblanc. No lo logró, pues no tenía medios aún. Qué pensarían los madrileños cuando vieron aparecer a aquel crío... Cuando lo trajeron a casa pensarían aquí os dejamos a este, que es un peligro”.

De los Alpes volvió aún más decidido a dedicar su vida al montañismo. “En aquellos tiempos yo estudiaba en Barcelona y tenía coche y algo de dinero, pues trabajaba de fisioterapeuta para algunos clubes. Xabi sabía bien cómo manejarme. Venía a Barcelona y nos íbamos en mi coche a los Pirineos o los Alpes. También anduvo mucho con Jon Maroto e Iñaki Álvarez. Para lograr dinero, trabajó de camarero e incluso se puso un traje para vender aspiradoras de puerta en puerta. También pedía ayuda a las empresas”.

En muy poco tiempo subió los montes más importantes de los Alpes y los Andes y dio el salto al Himalaya. Era insaciable. “Era joven y tenía una gran vitalidad. Practicó artes marciales y boxeo, pero lo que sentía por la montaña era algo muy especial. Leía muchos libros sobre el tema, tenía muchos proyectos y tenía claro los pasos que quería dar. Su pasión era contagiosa. Me encantaba ir a sus proyecciones, pues transmitía muy bien sus sentimientos y la gente salía con ganas de ir al monte”.

Andoni intentaba que estudiase, pero era en balde. “Quería que llevara una vida más convencional. En los estudios era un desastre, pero era por falta de motivación. A hacer nudos, por ejemplo, aprendió enseguida. Y leía muchos libros de montaña. Le decía que sin estudios no llegaría lejos, que para ir al monte hace falta mucho dinero... Cuando ganó la beca Takolo, nos dio en el morro a la ama y a mí. Nos dijo que era la prueba de que se podía vivir de la montaña. Como queríamos que fuera feliz, nos rendimos”.

El fallecimiento El 13 de octubre de 2004 pisó la cima del Cho Oyu, pero en el descenso perdió la vida. “Había subido el Shisha Pangma con Iñaki y con unos chicos de Azpeitia. Ellos decidieron volver, pero Xabi se quedó. Llamó a casa diciendo que estaba muy bien. Era insaciable e incansable. Le notamos contento y animado y tuvimos que aceptarlo. Pero la temporada estaba muy avanzada, el monte estaba desierto, nevó y tuvo que abrir camino...”.

Decidieron traer el cuerpo a casa y para ello contaron con la ayuda de Alex Txikon. “Fue Iñaki quien me dio la noticia. Tener que informar de eso a mis padres y mis hermanos fue muy duro. Yo no quería traer el cuerpo, para no poner en peligro a nadie. Pero estaba en la ruta normal y cualquiera podía sacar una foto. Además, mis padres querían traer el cuerpo. Iñaki Otxoa de Olza se ofreció para ayudarnos y nos dijo que si no traíamos el cuerpo la herida no se cerraría nunca. Sabía cómo bajaban los cadáveres y no quería algo así para mi hermano. Alex estaba en el Himalaya y hablé con él. Fue quien nos ayudó. Tenemos una gran relación con él. Xabi y él eran dos grandes promesas, pero no había rivalidad entre ellos y se arreglaban muy bien”.

No le sirve de consuelo que su hermano muriera en la montaña, el lugar donde era feliz. “Morir con 23 años es muy triste. Te pierdes muchas cosas. Me acuerdo mucho de él y quiero mantener viva su memoria. Hicimos un documental y publicamos un libro y ahora otorgamos una beca. Una persona no muere hasta que se le deja de recordar. Es un pensamiento que puede parecer ridículo, pero a mí me vale. Hay que tirar para adelante y el tiempo atenúa el dolor, pero el vacío está ahí y me acuerdo todos los días de mi hermano”.