l sábado 21 de agosto nada empezó a las 02.40 horas. Desde primeras horas de la mañana las máquinas de limpieza, las furgonetas de reparto circulando por cualquier calle (aunque la Ordenanza lo límite a TRES circuitos), los camiones de recogida de vidrio ensordeciendo a quien tenga la mala suerte de pasar cerca, los turistas que pasean por las calles del barrio abarrotándolas, las mesas y sillas de los bares en la calle (las autorizadas y las no autorizadas)... ¡Eh, cuidado, unas furgonetas que acaban de pasar fuera del horario! (No parece que nadie las controle). Colas para coger sitio en algunos bares, un grupo de turistas delante de la pastelería Otaegi ocupando media calle (más de las 20 personas autorizadas como máximo), otros en la plaza Sarriegi o en el Boulevard.

Las nuevas terrazas sobre los aparcamientos llenas (aunque matemáticamente resulte imposible explicar, cómo 20 personas sentadas en cinco mesas pueden caber en 20 metros cuadrados manteniendo 1,5 metros de distancia; bueno, el Ayuntamiento que las ha autorizado lo sabrá). El anuncio de la campaña Turista maitea animando a que vengan aún más. ¿Aún más? ¡Pues sí! Y, además, las administraciones y sus dirigentes nos piden encarecidamente que evitemos las aglomeraciones apelando a la responsabilidad individual. Entonces, ¿por qué se empeñan en enviárnoslas? ¿Irresponsabilidad, hipocresía?

Bares llenos (tampoco deben haber estudiado Ciencias, eso del 35% del aforo es difícil de calcular), personas en la barra consumiendo (sentadas en banquetas, eso sí), sirviendo en vasos de plástico y saliendo a la calle a beber (sentados en las koxkas). Calles repletas como si fuera el día de regatas. A la tarde igual, a la noche lo mismo, pero con más ímpetu, saltando, cantando, gritando, sin mascarillas.

Más allá de la 1.00 horas y los bares siguen abiertos y los clientes consumiendo dentro, fuera y en medio. El botellón ya había comenzado mezclado con el no botellón. Ruido, suciedad, basura desbordante, botellas rotas, plásticos tirados. Pronto comenzarían las meadas.

En los reportajes (prensa, televisión, declaraciones, etc.) de estos días nada de esto es reprobado. Para algunos, los problemas comenzaron a las 02.40 horas.

Sí, había gente, mucha gente de botellón, pero el botellón no comenzó a esa hora. Acabó como acabó, hasta llegar a la Avenida y la calle Urbieta. ¿Es su extensión, más allá de la Parte Vieja, lo que preocupa realmente? Que “lo Viejo” tenga que soportar todo esto, todo lo malo, una degradación y sobreexplotación continuas, de años, ¿no causa alarma, es “lo normal”, “es lo que hay”? Y, por eso, esos hechos, ¿son menos rechazables y causan menor alarma en los medios y en los políticos?

También hay quienes piensan que los problemas los generó la manera de actuar de la Ertzaintza, como si lo anterior no hubiera existido o no mereciera la calificación de “suspenso”. No, el problema no comenzó con el “botellón de las 02.40” ni con la entrada de la Ertzaintza. Fue una continuidad. Al fin y al cabo, ese modelo de ocio y el modelo policial no son más que algunas de las muchas expresiones de un modelo económico y social en el que se confunden términos y prácticas sociales.

Ese modelo de ocio -y sus consecuencias- ya se produzcan en la Parte Vieja, o en la Avenida, o en la calle Urbieta, en todos los casos, es rechazable. Los hechos que vienen sucediendo desde el final del toque de queda, ¿qué tienen de sostenible y respetuoso con el medio ambiente social y urbano? ¿Hasta cuándo se van a seguir apoyando políticas de promoción, vinculando el ocio con el consumo del alcohol y más cosas?

La de ese día, la de esa semana, la de este verano... ahí están los diferentes vídeos de Eguzki y particulares con los restos del botellón esparcidos en el puerto y las quejas de los vecinos del muelle. De día y de noche, nos sobra ruido y suciedad, nos falta espacio, oxígeno. La vida del barrio, como organismo vivo está en la UCI. Tanto repetirlo, ya no nos conmueve. Pero es así.

Desgraciadamente, a la asociación apenas nos llegan todos “los sucedidos”, solo algún que otro vídeo y fotografías. También nos contaron que de un balcón tiraron agua (antes de la fatídica hora). O que, otra noche, harto de los ruidos y golpes en el portal de una de las calles abarrotadas, un vecino bajó y se lío a golpes con unos 12-15 chavales a las 05.00 horas de la mañana. Se fueron, pero podía haber acabado mal. Este no es el camino.

Hay un consenso generalizado en que, con el coronavirus circulando todavía, hay medidas sanitarias que se deben cumplir. Pueden ser medidas discutibles, pero aceptamos que, para preservar la salud comunitaria, debemos cuidarnos y respetarlas. Pero más allá de lo sanitario (porque la situación de alerta finalizará en algún momento), las formas y la intensidad con la que se utiliza el espacio público para consumir son incompatibles con la vida de barrio. Cuando uno mira por su propio interés, cuando actúa desde su deseo inmediato, sin preocuparse por los demás y, además, entiende que es su derecho ligándolo a un determinado concepto de “libertad”, la empatía no existe, el individualismo ha triunfado y el más fuerte, txapeldun. Pero estos problemas no han estallado este verano.

La asociación ha venido denunciando los incumplimientos normativos, el abuso del barrio con fines económicos y sus consecuencias. Ha denunciado al Ayuntamiento por no hacer respetar sus normas y por impulsar ese modelo que mata la vida. La asociación tiene también que hacer frente a esas formas de consumo (botellón y no botellón) que completan el paisaje. No se debe esconder la porquería debajo de la alfombra porque, simplemente, no desaparece.

También la comunidad vecinal del barrio está interpelada. No podemos dejar todo en manos de políticos e instituciones.

Creemos que es hora de impulsar un debate público amplio y profundo sobre ese modelo de ocio que nos lleva al colapso de nuestro barrio.

Iñigo Cabañas, Esther Uriarte, Xabier Arberas, Loren Loidi y Marta Barandiaran, en representación de Parte Zaharrean Bizi Auzo Elkartea