n muchas, demasiadas ocasiones, las decisiones que se adoptan en las ciudades dejan al margen a los seres vivos que comparten espacio con las personas y a los que muchas veces se les ha hurtado o deteriorado el hábitat que ocupaban.

Para compensar las consecuencias de unas decisiones que van en detrimento de la fauna autóctona, distintos colectivos han puesto en marcha iniciativas diversas, entre las que se halla la colocación de cajas-nido en distintos puntos de la ciudad.

Joseba Gurutz de Vicente, de Parkea Bizirik, es una de estas personas. La “heterogénea” asociación a la que pertenece lleva tres décadas colocando cajas-nido en Donostia y municipios colindantes y durante este tiempo han visto cómo en las mismas nacían 2.371 aves de las especies más habituales en este entorno, como carboneros, herrerillos, trepadores, agateadores o cárabos, que fueron los protagonistas de una exposición fotográfica que se colocó en el subterráneo de Egia, obteniendo una muy buena respuesta por parte del público.

La instalación de una caja-nido conlleva un posterior trabajo de seguimiento que ha obligado a Parkea Bizirik a efectuar 7.200 inspecciones durante todos estos años, un trabajo que no resulta nada sencillo si se considera la ubicación de estos nidos, 30 en distintos emplazamientos, que se inspeccionan unas cinco veces al año. Esta tarea se complementa con la realización de fichas o cuadernos de campo.

Estas fichas recogen las especies que anidan en cada caja, los huevos que ponen, los polluelos que nacen y los que mueren, el número de puestas (normalmente suele ser una al año) y se sacan las fotos pertinentes.

“Todo lo hacemos de forma voluntaria, no recibimos un euro. Los ciudadanos nos avisan a nosotros cuando observan alguna incidencia, porque saben que nos tomamos el tema muy en serio y que tenemos unas trayectoria En ocasiones no damos abasto”, apunta De Vicente desde el parque Cristina Enea, donde nació el colectivo Parkea Bizirik para después extender su trabajo a distintas zonas verdes.

La temporada de cría de este año no ha acabado, discurre entre principios de abril y finales de junio, y el trabajo de Parkea Bizirik se encuentra en su plenitud, incluyendo también la publicación de notas informativas “utilizando un lenguaje que pueda comprender todo el mundo”. De este modo han dado cuenta del nacimiento de las crías de carbonero común en Ulia, incorporando un vídeo ilustrativo.

La experiencia de las cajas-nido va más allá de construirlas y colocarlas en los árboles. Hay que seguir la pista de las especies, muchas de las cuales son “trogloditas, porque nidifican en agujeros”. “Por la alteración de los hábitats, la desaparición de árboles centenarios o la plantación de árboles para la industria maderera, como pinos rectos, faltan muchas oquedades”, lo que dificulta que puedan encontrar un lugar donde nidificar y con esta iniciativa se los “facilitan”, explica de Vicente.

“Las aves colaboran con el equilibrio entre las comunidades de fauna y de flora y son agentes sanitarios. Las especies que crían aquí colaboran en la reducción de plagas forestales y, a su vez, minimizan los efectos del calentamiento global”, explica De Vicente, incidiendo en la importancia de ayudar a que las aves cuenten con un lugar en el que anidar.

“Además, las rapaces nocturnas que nidifican en las cajas, los cárabos, contribuyen a mantener a raya la población de roedores. Cuando inspeccionas sus cajas es como asomarte a la sala de los horrores, con colas de sagutxos, etc.”, abunda.

“Cuando se van los pájaros, que están entre abril y junio, entra en las cajas el lirón gris, que cría en agosto y septiembre”, informa.

Generalmente las cajas-nido se elaboran con contrachapado impermeable de gran duración, que se acaban con pintura verde de exteriores para que duren en el tiempo.

Existen distintos modelos. Para las aves insectívoras se utiliza un diámetro de entrada más pequeño, “para favorecer a las especies más pequeñas, como el herrerillo común”. Si el diámetro de entrada es mayor, entran otras especies como el trepador azul o el carbonero común. “Si no se ponen entradas más pequeñas, estas especies acceden a las que tienen diámetros mayores y cuando llegan las especies más grandes las desalojan. Les da igual que haya huevos o crías”, destaca.

Para las rapaces nocturnas se colocan cajas de mayor tamaño. En este caso la dificultad radica en hallar lugares poco visitados por los seres humanos y que “para nosotros, para subir a los árboles, no revista peligro. Es para volverse loco”.

De Vicente apela a la “solidaridad” de las personas con el resto de seres vivos. “Para eso necesitamos conocimientos, concienciación y una legislación que si hace falta debe ser punitiva”.

En su opinión, aunque la sensibilidad medioambiental es cada vez mayor, también entre las instituciones, todavía queda mucho por hacer. Pone un ejemplo: el propio parque de Cristina Enea que, asegura, “se ha bulevarizado”. “Antes era un fondo de saco con un montón de especies protegidas, pero se ha convertido en un paso entre barrios. El trasiego de personas y la gestión de un parque ajardinado ha conllevado la extinción de algunas especies como la salamandra común, el tritón palmeado o la rana común, que antes estaban presentes”.

Pero las cosas, aunque “despacio”, cambian lo que se traduce en decisiones como que “el Ayuntamiento apoye la declaración de emergencia climática”. “Pero el ritmo de la desaparición de las especies y la alteración de los hábitats va más rápido”, lamenta De Vicente.

Otro espacio que les preocupa es la isla Santa Clara. La instalación de Hondalea, la obra de Cristina Iglesias, “está generando un trasiego en un lugar donde habita una colonia de aves marinas que necesita paz”. “Lo ideal hubiera sido que la escultura se hubiera puesto donde no se perjudique a ninguna especie. Nosotros propusimos el Paseo Nuevo y sugerimos instalar una webcam para que en la isla se observe a esas colonias para que la gente lo disfrute”.

Parkea Bizirik reclama que el Ayuntamiento de Donostia cuente con un Departamento de Ecología Urbana que tome en cuenta las especies que viven en cada barrio al llevar a cabo una intervención urbanística. “A veces se toman decisiones por desconocimiento, no porque se quieran hacer mal las cosas”, abunda De Vicente, que demanda mayor peso del Departamento de Medio Ambiente sobre el de Urbanismo a la hora de conceder o denegar permisos.