ue el comercio de proximidad es la seña de identidad, la savia de las ciudades, es algo que nadie cuestiona, aunque su situación sea cada vez más complicada.

Pese a la pandemia, muchos de los comercios más antiguos de la ciudad han aguantado gracias al apoyo que reciben de los y las donostiarras que han querido premiar ese trato personal y el consejo a medida.

El presidente de Gipuzkoa Merkatariak-Federación, Julen Maiz, quiere destacar la importancia de estos comercios que tienen "gran mérito" al continuar con buena salud "generación tras generación". "Esto es una carrera de fondo y mantenerse es para darles la enhorabuena, más en unos tiempos en los que pocos se atreven a abrir un comercio", subraya.

La pandemia, incide Maiz, ha evidenciado aún más la necesidad de mantener vivo el comercio de proximidad, que también sirve para "socializar y dar luz y seguridad" a los barrios y que, lamenta, "se echan de menos cuando faltan". "Que cuando pase la pandemia no se nos olvide el papel jugado por estos comercios que, además, son fuente de riqueza porque tributan en Gipuzkoa y dan empleo estable y de calidad", desea el presidente de Gipuzkoa Merkatariak.

Las personas responsables de algunos de estos comercios con historia comparten con NOTICIAS DE GIPUZKOA su experiencia este largo año.

Silvia González. Calzados González (1942)

Silvia González lleva las riendas de Calzados González en el barrio de Egia, un comercio que echó a andar de la mano de su tío El Patillas en 1942.

"Esta siendo duro, no cabe duda. Pero la ventaja de estar en un barrio y llevar tantos años es que tenemos una clientela fiel", asegura. "Las calles vacías y las ventas online se han dejado notar pero yo me he sentido respaldado por la gente del barrio", abunda esta comerciante que asegura que el pasado año "gente que no había visto en un montón de tiempo volvió a la tienda. Es verdad que las compras eran complicadas porque no podías salir de Donostia y casi tampoco del barrio", reconoce.

Un año después, asegura, "seguimos más o menos igual porque, al menos en el barrio, mucha gente ha cambiado el chip, el modo de compra. Se han dado cuenta que si se cierra el comercio de toda la vida, se pierde mucho".

En Egia, le recuerda su clientela, son pocos los comercios de largo recorrido que mantienen las puertas abiertas. Uno de ellos es Calzados González y otro la ferretería Eizmendi, pocos metros más arriba.

"Ahora, enfrente tengo siete locales cerrados, la mayoría son bancos que han cerrado sus sucursales. Antes esto era como la Avenida, con todos los bancos, ahora todo está cerrado", apunta.

Egia es un barrio con una media de edad muy alta y donde se ha constatado el miedo de la gente mayor a salir a calle. "Yo hay clientas a las que no he visto en meses. Viene su hija o una vecina", asegura Silvia González, que se alegra de que "ya las empiezo a ver más, porque están vacunadas".

"Estos meses han tirado de familiares y, como les conocemos de toda la vida, se llevaban a casa varios pares para que se los probaran con tranquilidad. Ese es nuestro plus", destaca Silvia, tercera generación de zapateros.

Sus padres tomaron el relevo a su tío y posteriormente fueron Silvia y su hermano quienes se pusieron al frente del comercio. "Mi padre arreglaba y mi madre ayudaba en la tienda. El taller de arreglos se quitó hace tiempo y nos dedicamos a la venta".

El futuro es incierto porque la hija de Silvia González ha encauzado su carrera profesional por otros caminos. "Pero tiene dudas. Quiere, pero tiene un trabajo y es difícil tomar esa decisión. A mí me da pena que se acabe aquí. Es más por un tema sentimental", afirma.

Calzados Gónzalez empezó siendo una alpargatería hasta que llegó para hacer reparaciones el padre de Silvia, que venía "de hacer zapatos a la medida en una fábrica de calzado, Solchaga, que había en la calle Etxaide". "Entró allí de aprendiz y pasó toda su vida entre zapatos. Cuando lo de los zapatos a medida dejó de ser rentable, cambió de tercio y se metió con la reparación en un taller en la calle Río Deba antes de venir aquí", relata.

Silvia González afirma que está en la tienda "desde el coche de capota. Mi madre estaba cosiendo o atendiendo, y yo en el cochecito". Así, le ha tocado calzar a distintas generaciones de la misma familia. "Ya no trabajamos con calzado de niño, lo dejamos hace unos seis años, ahora solo tenemos zapato de señora y caballero, pero hemos calzado a madres, amonas y nietas", destaca.

"Los modos de compra han cambiado y también las costumbres. Yo de pequeña tenía mis zapatos, las katiuskas y las zapatillas de deporte. Ahora a los niños se les compran unas zapatillas, que pueden ser de marca, y cuando se rompen se les compran otras", constata.

Las deportivas son las estrellas en el calzado, también para los adultos: "En calzado, zapatos como tal se traen cuatro, pero el 90% es zapato deportivo y en verano, sandalias". Pero el producto del año en Calzados González han sido "las zapatillas de casa". "Hemos estado en casa más que nunca y hemos roto mucha zapatilla, de la que nosotros siempre hemos tenido mucha oferta. También se han vendido muchas zapatillas de deporte para andar, porque cuando acabó el confinamiento era lo único que podía hacerse".

"Ahora la deportiva se lleva con vestidos y faldas, algo que hace unos años era impensable. Yo las vendo pero no me acostumbro. Lo que no se vende nada es el tacón, nos hemos acostumbrado a ir cómodas y sin ese taconazo, afortunadamente para los pies, que yo he visto aquí cada destrozo...", concluye.

Álvaro Matilla. Droguería Matilla (1928)

En pleno corazón de la Parte Vieja, en la calle Mayor, lleva casi un siglo abierta la droguería Matilla. A cualquiera que pase por delante de su escaparate le habrá llamado la atención su oferta en gorros de baño vintage, con flores de colores u otros ornamentos al estilo de las bañistas del siglo pasado.

"Tienen su público y no son fáciles de encontrar. Llaman la atención. Yo los trabajo desde siempre y es otro producto que nos diferencia", explica Álvaro Matilla.

Matilla se congratula de tener "mucha clientela fiel" en la zona, pero tampoco fallan los que se acercan a este comercio de la Parte Vieja desde otros barrios de Donostia. "Vendemos productos que nos diferencian del resto y eso es una de las ventajas que tenemos frente a otros competidores como supermercados o hipermercados".

Y es que, constata, tiendas de las características de Matilla "casi han desaparecido" y la oferta singular y "el asesoramiento" que brindan a su clientela es lo que les distingue.

"Nos agradecen que les expliquemos las cosas, porque en las grandes superficies lo único que les dicen es dónde está el producto", explica Matilla.

El 22 de mayo de 1928 la perfumería Matilla abrió sus puertas, aunque no en la misma localización que ocupa en la actualidad. "Era el día de Santa Rita. Se abrió la tienda cuando mi padre, que tiene 94 años, tenía un año, unos números más adelante en esta misma calle, la calle Mayor", añade Álvaro Matilla, cuarta generación al frente de este histórico comercio.

"Tocamos de todo en lo que es perfumería y droguería, tenemos más de 7.000 referencias", informa Matilla, que no deja de mostrar su satisfacción porque la clientela les haya seguido siendo fiel durante la pandemia.

"Cuando todos estuvimos cerrados me anuncié para dar servicio a domicilio. Lo hice yo todo, me venía aquí con la moto y llevaba el encargo al cliente", recuerda.

La perfumería Matilla también ofrece venta online que incide especialmente en los productos "difíciles de encontrar, porque no me voy a meter a luchar en precios. Tenemos un surtido difícil de encontrar y lo ponemos en las redes. Y funciona".

Tras el confinamiento, cuando los comercios abrieron sus puertas, Matilla sí constató que la clientela se volcaba con los comercios de barrio. "En nuestro caso, es verdad que vienen de distintos barrios porque la droguería tradicional ha desaparecido, por desgracia, y la gente no sabe a dónde ir a por productos muy específicos".

Cuando realiza esta afirmación Álvaro Matilla señala una estantería llena de botes con nombres casi impronunciables: tolueno, hexano, ácido acético, glicerina líquida... Productos todos ellos muy específicos que la clientela busca en este establecimiento de la Parte Vieja.

¿Para qué se usan estos productos? Los hay de todas la utilidades. Por ejemplo, el hexano se usa para limpiar tapicerías y la bencina es "muy buena para quitar pegamento".

Pese a estar inmersos en la cultura de usar y tirar, todavía mucha gente se esmera en realizar en sus hogares operaciones de limpieza y arreglo para otros desconocida. "Hasta aquí vienen profesionales y ciudadanos de a pie, pero muchas personas no conocen estos productos", asegura.

Eso está pasando, en la actualidad, con los tintes de ropa. "Hay gente que no sabe que una prenda se puede teñir, y es una forma de recuperarla", apunta. "Quien viene aquí recibe asesoramiento y es algo que la clientela agradece mucho", concluye Matilla que, pese al apoyo recibido, asegura que "las ventas han descendido. Aunque hemos hecho reparto a domicilio y damos todo tipo de facilidades, se ha notado que las personas mayores no han salido", apostilla.

Joxe Mari Yarza. Ferretería Yarza (1958)

En la calle Sancho el Sabio, en Amara, abrió sus puertas hace 63 años la ferretería Yarza, un establecimiento que de vuelta del confinamiento mostraba colas frente a su entrada.

Joxe Mari Yarza tomó el relevo junto a sus hermanos a su padre, al frente de un negocio que responde al concepto de ferretería de toda la vida, donde se puede hallar desde un carro de la compra a bombillas, desde un puchero a sofisticados corta verduras de diseño.

"Es verdad que, como todos, de la noche a la mañana tuvimos que cerrar, pero cuando volvimos a abrir en mayo la gente vino casi en masa", recuerda Yarza.

"No éramos de primera necesidad, pero la gente sí necesitaba su sartén, la pila, el tornillo y el pegamento. Trabajamos muy bien algunos meses, pero ya se está tranquilizando", explica el veterano comerciante.

Yarza se congratula de la respuesta obtenida por parte de la clientela, que ha hecho que durante unos meses trabajarán "un montón. Mayo, junio y julio fueron meses muy potentes".

Situación similar han vivido, así le consta a Yarza, otras ferreterías de barrio porque, destaca, "se notaba que había que estar en casa", lo que se aprovechaba para hacer arreglos y, sobre todo, para cocinar.

"Los productos con mayor demanda han sido los utensilios de repostería, parece que hemos hecho muchos pasteles. La gente se daba cuenta, por ejemplo, de que no tenía rodillo de amasar y venía a comprarlo y se han vendido muchos moldes", apunta.

La clientela de esta popular ferretería es, principalmente, "gente del barrio" que agradece la cercanía y que sea un comercio implantado en Amara desde hace décadas.

Lo que ha constatado Yarza en los últimos años es un ascenso de las compras por Internet, sobre todo entre la gente más joven. Los mayores, de momento, se siguen fiando más de quien les explica de tú a tú las virtudes de un producto.

"Muchas veces se compran los muebles en grandes superficies, pero los taquitos y los tornillos que les hacen falta, los compran aquí", abunda. "Somos una ferretería de barrio, generalista, que tiene mil cosas", insiste.

Aunque el público de mayor edad se atrevía menos a salir de casa, no dudaron en mandar de recadistas a hijos e hijas, que se encargaban de llevarles los pedidos a casa.

Ha pasado este boom y se ha vuelto a acudir a la ferretería "para comprar lo que se ha roto o lo que se necesita, y lo empezamos a notar mucho más desde febrero o marzo".

En estas seis décadas las cosas han cambiado mucho, aunque es en el menaje donde Yarza ha constatado mayor evolución. "Antes teníamos el puchero clásico y ahora cada día están saliendo cosas nuevas, súper sofisticadas. El cliente nos enseña a nosotros, nos van diciendo qué productos vienen. Intentamos estar al día, aunque es imposible", reconoce.

"También hay que tomar en cuenta la televisión. Si Arguiñano saca un pelatomates, te lo piden. Se demandan artilugios que, a larga, pueden acabar en el armario. Pero siempre atendemos a lo que nos dicen", rubrica.