- El mal olor es uno de los problemas que generan las aguas sucias y los residuos. La EDAR de Loiola cuenta actualmente con cuatro estaciones de desodorización (con una capacidad de tratamiento de 133.500 metros cúbicos por hora) que limpian el aire confinado en las zonas de pretratamiento, decantación, espesadores y deshidratación, con el objetivo de no producir molestias en el entorno de la depuradora.

Desde que se puso en servicio la planta, en 2005, se han realizado múltiples inversiones de mejora por valor de unos seis millones de euros, entre las que se encuentran algunas dirigidas exclusivamente a la reducción de olores en el entorno.

Las principales inversiones han consistido en el cubrimiento de distintos procesos de la depuradora: cubrimiento de los desarenadores (una inversión de 745.206 euros en 2008 ), cubrimiento de los decantadores (4.223.319 euros en 2013) y sustitución de cubiertas de distintas instalaciones (362.595 euros en 2008-2018).

Por otra parte, también se han realizado importantes inversiones en las conducciones y sistemas de tratamiento de aire: modificaciones en las conducciones de los sistemas de aire tratado (636.240 euros en 2009-2016) e instalación de un dispositivo de dispersión en la atmósfera de aire lavado (344.487 euros en 2018).

“Ese dispositivo une todas las desodorizaciones, todo ese aire tratado, y hace un efecto chimenea y lanza el aire a una altura de 100 metros y a una velocidad de 120 km/h. De esta manera, el aire se dispersa de una manera que afecta menos a la población”, afirma Ercilla.

Mientras el aire tratado se libera de nuevo, el agua sale de la arqueta de salida conectada con el emisario terrestre, que llega a la cámara de carga del emisario submarino de Monpas, inaugurado en el año 2000. Desde ahí, bajo el mar, se adentra a 50 metros de profundidad y 1.200 metros hacia el mar.

Aparte de devolver a la naturaleza lo que es suyo, la EDAR también se encarga de crear material totalmente manejable con el lodo seco que queda al terminar el proceso de depuración del agua. En función de la granulometría, se puede utilizar como base de fertilizante o se aprovecha directamente en agricultura. Lo llevan a Navarra y lo utilizan allí para abonar los campos. En 2020 se han producido 5.300 toneladas de este fertilizante. “Con eso sí ingresamos algo de dinero, pero dentro de lo que cuesta mantener todo esto, es anecdótico lo que ingresamos”, comenta Ercilla.