"Regalar una makila es decirle a alguien cuánto lo aprecias”
En el taller Alberdi de Irun cada bastón tradicional vasco se fabrica a mano, fieles a un arte ancestral que perdura desde hace siglos
En un mundo cada vez más digital y veloz, aún existen refugios donde el tiempo respira distinto. En el número 6 de la calle Deskarga de Irun, el taller Alberdi Makila sostiene un oficio que preserva la esencia del bastón tradicional vasco, cuyo origen se remonta a más de tres siglos atrás. Entre madera de níspero cuidadosamente seleccionada, herramientas que parecen susurrar historias y manos que trabajan con paciencia, Beñat Alberdi mantiene vivo un legado familiar que ya suma tres generaciones, transformando cada pieza en una obra única de artesanía.
Aprendió la profesión sin proponérselo. Con 14-15 años ayudaba a su aita, Iñaki, “parar sacarme una paga extra”, recuerda entre sonrisas, sin imaginar entonces que aquel gesto inocente acabaría marcando su camino. Esa conexión temprana con la artesanía lo unió de forma directa al negocio que su abuelo, José Alberdi Arruti, había iniciado en 1948, cuando se estableció en Irun tras la Guerra Civil y abrió un espacio dedicado a la talla de muebles de madera, que más tarde amplió con bustos, heráldicas, platos y otros trabajos con motivos típicos vascos. Sus hijos, José Manuel e Iñaki, crecieron entre virutas y gubias, aprendiendo desde niños que crear con las manos también es una manera de mirar el mundo.
"Como la fabricaban nuestros antepasados"
En 1980, Iñaki comenzó a adentrarse en la fabricación de la makila, un arte que seguía echando raíces en Iparralde, pero que a este lado del Bidasoa había desaparecido por los efectos de la Guerra Civil y la posterior dictadura. Así floreció una actividad que hoy está a punto de cumplir casi medio siglo de autenticidad y herencia cultural. “Solo quedamos nosotros en Hegoalde haciendo makilas del mismo modo que nuestros antepasados”, subraya Beñat. Tras estudiar Empresariales y probar mundo decidió volver a casa y dedicarse al oficio que corre por sus venas. Lleva doce años en el taller; asumió sus riendas cuando se jubiló su padre, y desde hace dos le acompaña su hermana Saioa.
Un 'tatuaje en vivo' en las ramas de los nísperos salvajes
El proceso de elaboración comienza lejos del banco de trabajo: en el bosque, entre los densos nísperos salvajes. La elección del árbol, la rama y el momento son esenciales. En primavera, Beñat practica sobre la corteza unas incisiones –“un tatuaje en vivo”, como él mismo lo define– que cicatrizarán lentamente hasta crear el característico relieve natural que confiere a cada makila un diseño exclusivo e irrepetible. La rama se corta en invierno y, a partir de ahí, se somete a un meticuloso tratamiento: se descorteza al horno, se tiñe con cal viva y se endereza aplicando calor. Después, pasa a un proceso de secado que puede prolongarse "hasta cinco años”, con revisiones periódicas.
Cuando la vara está lista, se reviste en su parte inferior con una virola de latón, alpaca o plata, cortada, moldeada, soldada, lijada y repujada con simbología vasca. La parte de arriba se corona con una empuñadura de cuerno –en su interior se incorpora el pequeño pincho que servía como herramienta de defensa en los trayectos por el monte–, montada sobre un tubo roscado y recubierta con cuero trenzado. Y en el casquillo superior se graban las dedicatorias. “El ensamblaje puede tardar un mes”, precisa Beñat, que cuida hasta el último detalle de cada pieza que sale de sus manos.
Símbolo de respeto y reconocimiento
Más allá de su función como bastón, la makila es un símbolo de respeto y reconocimiento. Es un obsequio cargado de valor, ideal para ocasiones como jubilaciones, bodas, cumpleaños o aniversarios; y, sin importar la edad, también para jóvenes e incluso recién nacidos. Además, cada pieza se ajusta a la medida de quien la solicita. Beñat tiene en cuenta la altura, el peso y las preferencias de cada cliente. “Es un regalo muy significativo; una muestra de amor y reconocimiento, que expresa cuánto aprecias a la persona que lo recibe”, insiste el artesano irundarra, que se confiesa un “romántico” de este exponente de la historia y la tradición vasca. Un defensor apasionado y 'guardián' de la técnica que empleaban “nuestros ancestros”.
La makila de honor
Aunque su corazón late en Irun, el taller Alberdi ha cruzado fronteras gracias a internet. Sus bastones tradicionales vascos viajan hasta Estados Unidos, Australia, Inglaterra y otros rincones del mundo. A lo largo de la historia, han sido entregados a personalidades como el Papa Juan Pablo II, reyes, líderes políticos, así como chefs, artistas y deportistas. Y entre estos hitos no se puede dejar de citar la makila de honor que Iñaki Alberdi fabricó en tiempos de José Antonio Ardanza; una vara de mando que han ido heredando todos los lehendakaris hasta el actual, Imanol Pradales. Además, desde Lehendakaritza se realizan otros encargos específicos: ejemplares destinados a visitas oficiales o regalos institucionales.
“Nos llena de orgullo aportar nuestro granito al patrimonio cultural vasco”, afirma Beñat. Sin embargo, incide en la necesidad de un mayor respaldo institucional. “Hace falta que se proteja la makila, como se hace en Francia, donde está calificada como Bien de Interés Cultural. Merece reconocimiento oficial”, recalca.
Con dedicación y maestría, Beñat y Saioa honran un oficio familiar cargado de historia. Cada makila refleja lo artesanal en su máxima expresión. Un emblema de elegancia en movimiento. Con alma e identidad.