Hace veintidós años, Isabel Maingón dejó su San Vicente natal, en la provincia ecuatoriana de Manabí, para emprender una nueva vida en Irun junto a su familia. Hoy, a pesar del tiempo transcurrido, sus raíces siguen tan vivas como entonces. Como consecuencia del vínculo entre Ecuador y su tierra adoptiva, acaba de abrir en el barrio de Oñaurre Casa Cacao Monteverde, un espacio dedicado a las catas, maridajes, talleres y formaciones en torno a este fruto ancestral.
Se trata de un proyecto cuyo germen surgió hace mucho tiempo. “Yo llegué a Euskadi con 17 años, y fue duro. Ya es difícil muchas veces ser mujer, pues ser mujer e inmigrante lo es todavía más”, confiesa. Por este motivo, Isabel siempre ha sentido la necesidad de “demostrar que Ecuador es mucho más que inmigración”. Durante este tiempo también ha buscado reconectar con sus raíces. “Yo soy 100% ecuatoriana, pero amo el País Vasco. Vivo aquí, es mi hogar. Así que quería hacer algo que uniera los dos lugares”, cuenta.
El punto de inflexión de esa búsqueda llegó hace unos ocho años, cuando probó un chocolate ecuatoriano de la marca Pacari. “Me enamoré. Era un producto maravilloso y bien hecho. Así que empecé a investigar”.
Buscando cómo formarse encontró a Raquel González, de Kaitxo Chocolates en Balmaseda, la primera catadora certificada del Estado. De su mano se adentró en el Instituto Internacional de Chocolate, cuya sede se encuentra en Florencia, y con ella completó los tres niveles de formación necesarios para convertirse en catadora profesional de cacao y chocolate.
Una herencia viva
Para Isabel, el cacao es una herencia viva. En Ecuador, los indígenas lo utilizaban en rituales y como bebida medicinal. Las semillas se secaban y fermentaban al sol, se tostaban en bateas sobre fuego de leña, se pelaban y se machacaban en piedra hasta obtener una pasta espesa que se mezclaba con agua caliente. “Es una bebida fuerte, energética, buena para la salud. En lugar de una pastilla de magnesio o hierro, lo tienes todo ahí”, cuenta con una sonrisa. En su nuevo local ha querido rendir homenaje a esa tradición, mostrando una réplica de una vasija de más de cinco mil años hallada en la selva ecuatoriana, evidencia de que el cacao se bebía mucho antes de que los españoles añadieran azúcar y lo transformaran en el chocolate que hoy conocemos.
La formación técnica le permitió entender que el secreto de un buen chocolate comienza mucho antes de la tableta. Aprendió a distinguir las variedades, a controlar la fermentación y el secado, a detectar los matices que diferencian un cacao de Ecuador de uno de Madagascar, Perú o México. “Si no se seca bien, coge humedad, moho, bacterias… y eso es lo que luego te comes en el chocolate industrial. Un chocolate del 100% no tiene por qué ser amargo: a veces solo está mal fermentado”, afirma.
De Ecuador a Europa
Con esa idea de cuidar el proceso desde el origen, Isabel fundó su propia empresa de importación de cacao. Trabaja directamente con agricultores ecuatorianos a través de una asociación local, evitando intermediarios para garantizar la calidad. “No es por dinero, sino porque quiero tener el control del producto”, explica. Su cacao, fermentado por su socio en Ecuador, viaja luego a Europa, donde chocolateros de distintos países lo utilizan para elaborar sus creaciones. Chocolates de Mendaro, la bombonería Maitiana de Donostia o La Panacea de Pamplona figuran entre sus clientes.
Al mismo tiempo, muchas marcas le buscan para recibir asesoramiento: “A menudo me llaman personas, chocolateros o marcas ecuatorianas para que les ayude y les haga alguna gestión acá en Europa, porque quieren entrar al mercado europeo. Y lo mismo con chocolateros que necesitan ayuda con sus recetas. Para todo ello tengo un buen apoyo del Instituto Internacional de Chocolate y de Raquel, que siempre está ahí, casi es mi consultora personal”. También ha lanzado su propia marca de chocolate para beber, Txocoli, una receta limpia, sin aditivos, inspirada en las tazas de cacao caliente de su infancia.
El templo del cacao
No obstante, el sueño de Isabel no se agotaba ahí. Quería un espacio físico en el que poder compartir todo lo aprendido y transmitir la historia que hay detrás de cada grano de cacao ecuatoriano. Así nació Casa Cacao Monteverde, un lugar en el que busca que la gente “se sienta como en casa, que disfrute alrededor de una mesa y conozca el lado bonito de Ecuador.”
El nombre pretende ser un homenaje a su abuela paterna, que se apellidaba Monteverde. Una mujer italo-ecuatoriana que Isabel recuerda como “dura, trabajadora y luchadora”, al tiempo que cariñosa y suave. “Ella me ha inspirado, así que lo he hecho por ella y también por toda mi familia, que es una parte muy importante de este proyecto”.
En Casa Cacao Monteverde las catas y maridajes tendrán lugar todos los viernes y sábados a partir de noviembre. Los viernes a las 17.00 horas serán sesiones más suaves, y los sábados por la tarde se ofrecerán maridajes con queso, champán, espumosos o destilados. Además, los sábados por la mañana habrá talleres de elaboración de tabletas de chocolate y otras experiencias para aprender sobre el origen y tratamiento del cacao.
Casa Cacao Monteverde también acogerá colaboraciones con otros proyectos locales, como ‘Los talleres de Rut y Laida’, que ofrecerá talleres de velas y barras de labios elaboradas con manteca de cacao. Por último, está previsto que Raquel González imparta formaciones más técnicas dirigidas a quienes quieran profesionalizarse en el mundo del chocolate.
Las próximas catas y talleres ya pueden consultarse en la página web de este nuevo espacio, cuyos visitantes podrán viajar sin moverse de Oñaurre hasta el corazón de Ecuador.