No conviene olvidarlos: oficios que forjaron Oñati y su entorno
José Antonio Azpiazu rescata en su último libro la memoria de quienes construyeron la vida cotidiana con esfuerzo e ingenio. Un homenaje a nuestros antepasados, y una invitación a las nuevas generaciones a honrar su herencia
En una época en la que la tecnología y la globalización marcan el ritmo de la vida cotidiana, el historiador y antropólogo José Antonio Azpiazu propone detenerse y mirar atrás. Su nuevo libro, titulado 'Oficios tradicionales en la historia de Oñati y su entorno', busca recuperar la memoria de quienes trabajaron con las manos y levantaron la economía local a base de ingenio, esfuerzo y saberes heredados. “Se trata de una especie de homenaje a nuestros ancestros, a nuestros abuelos. Pero, a la vez, es una invitación para que las nuevas generaciones reflexionen sobre las tareas realizadas por nuestros antepasados. Personalmente, la búsqueda de documentación que trata del tema me ha hecho pensar lo poco que sabemos de ellos y de los enormes esfuerzos que tuvieron que hacer para sobrevivir en una tierra de poco pan y vino, y buscar oficios novedosos que les permitieran fabricar instrumentos para enfrentarse al comercio y al futuro”, relata Azpiazu, que ha alumbrado esta publicación bajo el paraguas de la asociación Artixa Kultura Elkartea.
El libro recorre la historia de los oficios desde el siglo XVI –cuando comienza a documentarse con cierta regularidad– hasta hace pocas décadas. “Hay que tener en cuenta que algunos de las actividades que se estudian han perdurado hasta hace muy poco tiempo. Gente de mi edad recuerda perfectamente cómo se hacían cestos en plena calle, ante el portal donde vivían los oficiales cesteros”, explica Azpiazu.
Mirar más allá
A menudo se asocia a nuestros predecesores con tareas ligadas exclusivamente al ámbito doméstico o al campo: labrar la tierra, cuidar el ganado o aprovechar los recursos del bosque. Ahora bien, esta percepción, aunque extendida, ofrece una imagen parcial y simplificada de su realidad profesional. La agricultura, la ganadería y los recursos forestales podían garantizar la supervivencia, pero como apunta Azpiazu, el crecimiento poblacional a partir del siglo XIII con la fundación de las villas, impulsó la necesidad de mirar más allá: “al mar y Castilla”. “La pesca, el comercio, los servicios de transporte, brindaron nuevos medios de prosperidad. No obstante, el elemento fundamental que se podía ofrecer provenía del subsuelo: minas, ferrerías y fraguas dieron nuevos alicientes a los habitantes, con todo tipo de instrumentos, armas... Esta actividad se ha convertido en nuestra base económica y social”, cuenta el historiador legazpiarra afincado en Oñati.
Un ejemplo de ello es la técnica aplicada a la explotación del hierro, que fue y continua siendo una de las bases de la prosperidad. “Las ferrerías necesitaban dominar el fuego para convertir la vena en hierro, y las fraguas para transformar el hierro en instrumentos útiles: azadas, cuchillos o tijeras”, señala Azpiazu.
Barquines y ropa de lino
La especialización tuvo también sus peculiaridades. Destacó la fabricación de barquines, esos grandes fuelles necesarios para avivar el fuego que controlaba el proceso. “Oñati aprovechó esta circunstancia para ofrecerlos a muchas ferrerías del entorno, lo que proporcionaba grandes ganancias”, precisa el autor.
Tampoco hay que olvidar la producción de ropa a base de lino, una labor especialmente femenina. “Las beatillas, tocados que usaban las mujeres para cubrirse la cabeza, tenían aceptación en toda Castilla. Quienes se dedicaban a esta actividad se convirtieron en obreras-empresarias que, entre otros aspectos, podían prescindir del dinero de los hombres, generando un movimiento que en algunos casos se tradujo en comunas donde las mozas no veían la conveniencia de casarse”, expone el historiador y antropólogo.
La conexión comercial con Castilla se extendía, asimismo, a productos más inesperados, como los orinales. “Se traían más elegantes que los fabricados en casa, entre ellos los apreciados productos de Talavera de la Reina”, dice Azpiazu, ilustrando con ello el deseo de modernidad de aquellos tiempos.
En su investigación ha identificado oficios muy diversos, algunos ya desaparecidos y otros olvidados o, incluso, despreciados. “Es el caso de los porqueros, cuya labor era fundamental, ya que cuidaban de un animal que proporcionaba una inapreciable y barata fuente de proteína”, indica.
En el otro extremo, los fabricantes de cubiertos de mesa gozaban de gran reputación. La cubertería de plata era un símbolo de prestigio y riqueza, más destinada a exhibirse en ocasiones especiales, y se valoraba como un auténtico tesoro familiar.
La llegada del alumbrado público
Uno de los capítulos del libro se centra en la llegada del alumbrado público a Oñati. Documentos de mediados del siglo XIX dan testimonio de esta novedad en la villa. Hasta la instalación de las farolas alimentadas con petróleo, era el sol quien marcaba los ritmos de la vida diaria. Con la nueva iluminación, la noche comenzó a tener vida propia. Azpiazu comenta que el mantenimiento del sistema “salía a subasta, y se controlaba su duración: antes de medianoche debían apagarse para no gastar demasiado combustible”. Solo se hacían excepciones en ocasiones especiales, como los ensayos de los músicos, cuando se permitía ampliar el horario de encendido.
Las notas del archivo de la Universidad Sancti Spiritus, en las que ha buceado Azpiazu, ofrecen curiosos datos. "La cera era muy cara, y se utilizaba la grasa animal para fabricar velas. Pero en ocasiones, los profesores exigían que se quemaran velas de cera, bien en la capilla, bien cuando se concedía el grado o título a algún estudiante", anota el autor del libro recientemente salido del horno.
También llama la atención el hecho de que en Debagoiena la iluminación de los mercaderes noctámbulos se conseguía con ramas untadas con grasa. "La finalidad residía en que los arrieros o mulateros, para acudir al mercado de Gasteiz con sus frutos, debían salir de noche para llegar al amanecer a la ciudad alavesa. Los ayuntamientos les permitían cortar las ramas de los montes comunales para este propósito", narra Azpiazu.
El sentido cooperativista
Armero, cantero, maestro de herraje, mercader, campanero, carbonero, relojero, sanador, sillero… “Se ha solido pensar que nuestros abuelos no avanzaban porque se negaban a cambiar, a buscar nuevos caminos y métodos. Este libro, sin embargo, trata desmentir esa idea. Ni siquiera las cooperativas las hemos inventado nosotros. El sentido cooperativista siempre ha estado presente en la convivencia vasca, a modo de 'auzolan', o cooperando en el difícil y arriesgado mundo de las pesquerías de Terranova, donde sobrevivieron ayudándose y repartiéndose las tareas. Eran otros tiempos, pero no conviene olvidarlos”, reivindica Azpiazu.
Cada capítulo: una historia
Para el autor, este trabajo es, al mismo tiempo, una forma de dar voz a nuestros antepasados. "Incluso los no tan lejanos observarán que sus esfuerzos se ven reconocidos al ponerlos en letra para que las futuras generaciones sientan el orgullo de lo que ellos protagonizaron”, manifiesta. Y lanza una recomendación: decidir sobre qué oficio nos interesa informarnos para empezar a leer. “Cada pequeño capítulo se ofrece como algo distinto”, concluye.