De Irun al Ártico rompiendo estereotipos
Esther Aristieta ha participado recientemente en el Desafío Santalucía Seniors, que le ha llevado a navegar y a practicar kayak y trekking por uno de los lugares más remotos del planeta
Con 68 años, Esther Aristieta se ha embarcado recientemente en una aventura que pocos se atreverían a imaginar: viajar a uno de los lugares más inhóspitos y remotos del planeta para participar en el Desafío Santalucía Seniors. Durante quince días, y en compañía de otros cuatro expedicionarios, esta irundarranavegó por el Ártico, practicó kayak entre imponentes icebergs y caminó sobre glaciares para completar el reto.
El deporte siempre ha formado parte de la vida de Esther, que ha practicado con regularidad tenis, bicicleta, senderismo y, desde hace un par de años, remo en el club Santiagotarrak de Irun. No se considera una atleta excepcional, pero mantenerse activa le resulta tan natural como necesario. Por este motivo, cuando vio por casualidad la convocatoria del Desafío Santalucía, un proyecto que busca promover la longevidad positiva y demostrar que la edad no marca los límites, decidió apuntarse.
“No lo pensé mucho”, reconoce, aunque admite que a medida que avanzaba en el proceso de selección empezaron a aflorar las dudas y los miedos. “Llegué a pensar que qué hacía ahí”, recuerda. Tras superar la primera fase, una entrevista en Madrid para la que fue seleccionada de entre más de doscientas candidaturas, puso rumbo a Denia. Allí, catorce personas convivieron durante tres días y dos noches a bordo de dos veleros y, finalmente, cinco fueron elegidas, entre ellas Esther.
Preparando la expedición
Una vez confirmada su selección se volcó en la preparación. El kayak y el trekking no le resultaban ajenos: siguió remando en Santiagotarrak y, durante el verano, realizó varios viajes al Pirineo con un grupo de amigos, llegando incluso a coronar un tresmil.
La navegación, en cambio, constituía un territorio inexplorado. «No tenía ninguna experiencia, así que me apunté a un curso de vela. El primer día vomité, pero después me gustó mucho», admite entre risas.
La organización del Desafío, además, le diseñó un plan de entrenamiento específico: ejercicios de core y fuerza, junto a sesiones de trekking progresivo con peso y desnivel. El programa se completaba con encuentros y reuniones entre los y las participantes.
La aventura en el Ártico
La expedición arrancó el 25 de agosto, cuando el grupo voló a Oslo para dirigirse a Longyearbyen, en el remoto archipiélago de Svalbard, situado, como recuerda Esther, “a la misma distancia de Oslo que África”. Allí embarcaron en el velero que sería su hogar durante dos semanas y zarparon rumbo a Pyramiden, una antigua mina soviética que actualmente se encuentra abandonada.
A continuación, se adentraron en aguas heladas para navegar hacia el norte. Esther explica que el objetivo del Desafío nunca fue competir, sino afrontar juntos una serie de pruebas, siempre como un solo equipo. “De hecho, si alguien no podía más, la expedición terminaba para todos”, subraya.
La parte de la navegación consistía en realizar turnos de vigilancia de dos horas para evitar que el hielo chocara contra el casco del barco y para estar atentos a la posible presencia de osos, que nunca llegaron a avistar. Además, cuando la tripulación lo permitía, tomaban el timón.
Atravesar el Paralelo 80
El gran hito de la expedición llegó al cruzar el Paralelo 80 Norte, una latitud a la que muy pocos han accedido y para la que apenas existe cartografía. “Ni siquiera el capitán lo había atravesado antes. Había niebla y, a medida que nos acercábamos, algunos iban cantando los grados de latitud. Y justo al alcanzar el Paralelo, de repente, el viento se paró. Fue un instante casi cinematográfico. Después, algunos incluso se atrevieron a bañarse”, recuerda. Ella misma también se zambulló en las gélidas aguas del Ártico, junto a un glaciar, un momento que jamás olvidará.
El kayak también le regaló momentos inolvidables. “Un día llegamos a una bahía con un glaciar espectacular. No puedo describir lo que fue navegar por allí, rodeados de icebergs pequeñitos que parecían esculturas de cristal”.
Caminando sobre glaciares
El trekking sobre glaciares fue otra de las pruebas que tuvieron que superar. Comenzaron de manera gradual: primero caminatas sobre tierra firme y después, cuatro de ellos se pusieron unos crampones por primera vez en la vida: “El primer glaciar era plano, ideal, muy bonito. Nos resultó sencillo”, afirma. El segundo, sin embargo, supuso un desafío mucho mayor. “Era empinado e imponía. Tras empezar el trekking, enseguida a uno se le cayó el casco y se le fue. En ese momento sentí un poco de miedo, porque vi que si te despistabas un poco la situación podía ser grave… Pero enseguida nos encordaron y así fuimos poco a poco”.
Tras más de siete horas de caminata, el grupo alcanzó la playa en la que pasarían su última noche, bajo un sol que apenas se ocultaba durante una hora. “Era un sitio que muy poca gente había pisado. Los guías nos pidieron que tuviéramos mucho cuidado, y nos contaron que había trozos de madera de barcos que podían tener 300, 400 o 500 años”. A la mañana siguiente, caminaron durante un par de horas para alcanzar los kayaks y remar, a través de un fiordo, hasta Pyramiden, donde finalizó la expedición.
Una expedición inolvidable
La sensación de encontrarse en un lugar casi virgen y mágico fue constante: “No sé describir cómo fue la expedición. Siempre me sale la palabra ‘mágico’, pero tampoco me convence. Todavía no he dado con la palabra adecuada”, relata Esther, quien reconoce que a su regreso le costó “un poco pisar tierra”.
Al mismo tiempo, asegura que la experiencia ha sido única y que la convivencia con el grupo fue excepcional. “No solo con mis compañeros de expedición, también con la tripulación, los guías y el resto del equipo”, añade.
Romper los estereotipos
Más allá de las emociones y los recuerdos de todo lo vivido en el Ártico, Esther ha regresado a casa con la convicción de que la edad por sí misma no define nuestras capacidades y que los años no limitan a nadie, que solo lo hace la actitud.
“A menudo, los estereotipos empujan a las personas mayores a llevar una vida pasiva y limitada, como si a partir de la jubilación solo quedara mirar obras o quedarse en casa”, explica. Ella quiere demostrar lo contrario: que a los 68 aún se pueden vivir sorpresas y que la vida no se detiene. “Yo ni siquiera sabía lo que era el Paralelo 80, jamás hubiera soñado con estar allí… y de repente, la vida, con 68 años, me lo puso delante”. En este sentido, subraya que ninguno de los expedicionarios “somos nada excepcionales” y que, si ella ha podido “mucha gente podría completar el Desafío”.
Su testimonio rompe con la imagen tradicional de las personas mayores como pasivas o dependientes. “Mucha gente me dice: ‘qué bien estás para tu edad’. Y al principio me daban ganas de contestarles que me siento joven. Pero yo sé que no soy joven, sé que tengo 68 años, solo que hago cosas que no se esperan de una persona de mi edad. Por eso es muy importante crear nuevas imágenes sobre lo que significa cumplir años hoy en día”.
Por este motivo asegura haberse sentido muy identificada con el mensaje del Desafío Santalucía, que quedó registrado en numerosas imágenes que formarán un documental, que se estrenará el 5 de marzo en los cines Príncipe Pío de Madrid.
Respecto a sus nuevos retos, Esther asegura que su principal objetivo es seguir disfrutando de la vida, mantenerse activa y contribuir a romper los estereotipos tan extendidos en nuestra sociedad sobre lo que significa envejecer.