El investigador errenteriarra Xabier Susperregi ha presentado esta semana en Errenteria el libro Elisa Beltrán. El último tranvía. Una presentación que ha tenido una gran repercusión mediática. Cuando ocurrieron los hechos, el caso también fue ampliamente recogido en los medios provinciales y estatales por su dureza y crueldad y fue rebautizado como el Crimen de Rentería.
Elisa Beltrán Ruiz de Alda fue asesinada por su marido en 1948, al arrojarla al mar en el Paseo Nuevo de Donostia. Susperregi conoció su historia de boca de su amona, amiga de Beltrán, que fue una de las últimas personas en ver a Elisa con vida el día de su asesinato, tras encontrarse con ella en el tranvía que iba a Donostia. De ahí el título del libro.
Susperregi decidió escribir este libro para recuperar la historia de la que ahora se conoce como primera víctima de la violencia machista de Errenteria, aunque en esa época estas tragedias eran violencia doméstica o intrafamiliar y no una lacra social.
“Cuando el Ayuntamiento de Errenteria dedicó una plaza a Clara Rangel el año pasado (la única mujer víctima por violencia machista en Errenteria que se conocía hasta entonces), me acordé de que yo también conocía la historia de otra mujer que había sucedido muchos años antes”, recuerda el escritor.
Tres generaciones desde Argentina
Susperregi acudió al Ayuntamiento con su historia y le explicó a la alcaldesa que quería contactar con la familia de Elisa Beltrán. Había sabido que residían en Buenos Aires (Argentina).
“Un día que no me encontraba en casa, busqué el nombre de mi abuela en Internet, era algo que solía hacer para conocer un poco más qué sucedió. Entonces me topé con el Facebook de Xabier Susperregi que estaba buscando a la familia de Elisa Beltrán. Cuando volví a casa se lo comenté a mi madre y me dijo que ya lo sabía, porque la habían llamado desde Errenteria por teléfono”, explica Elisa Juro, la nieta.
Tres generaciones de Elisa Beltrán han venido a la presentación del libro y a los actos organizados en torno a él. A la recepción que les ofreció el Ayuntamiento acudieron María Eugenia Castellano, hija de Elisa Beltrán; tres nietos y un biznieto. También estaba previsto que viniera la otra hija de Beltrán, Rosario, pero falleció hace tres semanas. En el libro se recogen poesías escritas por ella.
Una condena ejemplar
Elisa Juro, con todas las informaciones que ha ido recopilando, relata los hechos que pudieron ocurrir: “Su marido la engañó diciéndole que la invitaba a Donostia al cine, pero que se sepa, nadie los vio allí; la llevó a San Sebastián con la idea premeditada de arrojarla al mar. Previamente su marido intentó manchar su nombre diciendo que tenía un amante que era piloto”.
“Elisa voló”, recuerda Susperregi que dijo su marido, Luis Castellano, el día que la asesinó en referencia a que había huido con el piloto”. “Con lo que no contaba, era con que el cuerpo apareciera tres días después en Biarritz”, apunta Juro.
En 1950 tuvo lugar el juicio contra Castellano. “Había habido mucha presión popular pidiendo justicia y una condena a 30 años fue un pequeño éxito para esa época”, señala el investigador. “Un hito”, remarca su nieta quien cree que fue una condena ejemplar, ya que en el juicio había habido algunos hombres que corroboraron la versión de su abuelo. Sin embargo, en la localidad era vox populi que Elisa era una mujer maltratada y había llegado a decir a alguna amiga que si le pasaba algo el culpable sería su marido.
Muerta "dos veces"
Cuando la familia de Elisa Beltrán emigró a Argentina, los tíos maternos dijeron a María Eugenia y sus hermanos, que se olvidaran del asesinato de su madre, que era un capítulo que quedaba atrás. Para Elisa Juro ese silencio fue como matar a su abuela “dos veces”.
“Desconocíamos por completo la historia. Cuando preguntábamos a nuestra madre o nuestra tía lo que había pasado, nos comentaban que ambos habían fallecido en un accidente de tráfico, hasta que un día llegó una carta de su padre queriendo retomar la relación y la realidad tuvo que destaparse. Fue un shock”, recuerda Juro.
“Nos estuvimos carteando con él un tiempo. En las cartas se presentaba como una víctima y un hombre honesto, trabajador... Su historia no me resultaba creíble, era demasiado perfecta”, explica.
Luis Castellano cumplió quince años de prisión y en un permiso se fugó a París. Cuando prescribió el delito, se instaló en Valencia. Sus hijas se reunieron con él para echarle en cara el asesinato de su madre. Nunca más volvieron a verlo.