Sebastián Álvaro, leyenda del periodismo en su papel de director de Al filo de lo imposible y divulgador con todo lo relacionado con la aventura y el montañismo, ha visitado esta semana el museo Mendietxe de Azpeitia para presentar su último libro, Mis montañas. En el que hasta ahora es su último trabajo, Sebastián Álvaro habla de las que han sido y son sus dos grandes pasiones, el mundo de la aventura y la montaña. En esta publicación, Sebastián Álvaro ofrece una visión muy personal de una trayectoria vital y profesional de más de 40 años que sirve de excusa para hablar del pasado, el presente y el futuro del montañismo en esta entrevista.

Su afán de divulgación no parece tener fin. Acaba de editar Mis montañas, un título que parece toda una declaración de principios.

He escrito 35 libros y en todos ellos ha estado presente mi sentimiento hacia la montaña, pero en Mis montañas muestro en una visión más personal. Es un libro más íntimo y, por lo tanto más subjetivo, apasionado y romántico que ayuda a entender como veo la montaña y la vida.

'Mis montañas' es mi libro más íntimo, apasionado, romántico y subjetivo, y ayuda a entender cómo veo la montaña y la vida.

¿Qué tiene la montaña para que haya sido el motor de su vida profesional y personal?

La montaña es el símbolo de libertad mejor que tenemos. Lo constatamos en la pandemia, cuando no se nos dejaba salir del confín restringido de nuestra casa. En cuanto se nos dio la opción, lo primero que hice fue calzarme la botas y salir al monte. En la montaña eres libre, nadie puede decirte nada o, por lo menos, no debería. Caminar por una montaña sin un horizonte, sin un destino fijo, es lo más parecido a la felicidad que puedes encontrar. La mejor demostración es lo que ha ocurrido en España en los últimos años. Ahora mismo hay 8,5 millones de senderistas en el país. Es la actividad que podríamos calificar como deportiva que tiene más practicantes. Mucho de ese auge tiene que ver con las restricciones y la sensación de ahogo de la pandemia.

Avances tecnológicos

Al filo de lo imposible y otros proyectos en los que ha participado le ha llevado a los lugares más recónditos del mundo. Esa labor exigía una logística complicada que fueron capaces de afrontar con éxito pese a las dificultades. Entiendo que los avances de la tecnología hayan hecho que en la actualidad esta labor tenga poco que ver con la que llevaban a cabo cuando iniciaron su andadura décadas atrás.

En la ascensión al Everest de 2001 con Oiarzabal y Vallejo llevamos 250 kilos de equipo para transmitir la llegada a la cumbre en directo en el Telediario

Una de las principales ventajas es que ahora disfrutamos de unas previsiones climatológicas detalladas que facilitan mucho la labor en desafíos de riesgo como la ascensión a una gran montaña. También ha mejorado la capacidad técnica para enviar información. La transmisión de la ascensión al Everest o a una montaña similar se puede llevar a cabo en directo con equipos muy ligeros. En la expedición que hicimos al Everest en el 2001 con Juanito Oiarzabal y Juan Vallejo necesitamos 250 kilos de material para enviar la imagen al Telediario en directo. También es cierto que, pese a las facilidades actuales, no se pude perder de vista que programas de Al filo de lo imposible los podían ver 14 millones de personas, y un influencer con mucho impacto en las redes puede tener una audiencia de unas 300.000 personas.

La amenaza de la masificación

En los últimos años hemos visto escenas de masificación, con largas filas de montañeros haciendo cola en montañas míticas para alcanzar la cumbre y campamentos bases grandes como pueblos, impensables no hace tanto tiempo. ¿Corren estas montañas el riesgo de morir de éxito por todo lo que acompaña a esa afluencia masiva?

Es evidente que están amenazadas, pero no diría que la montaña está muriendo de éxito; detrás está la codicia humana. Hoy tenemos tecnología suficiente para destruir el Everest y es lo que está sucediendo. Ha pasado de ser la montaña más alta del mundo a convertirse en el basurero y, también, en el cementerio a más altura de la Tierra. 

Las grandes montañas están amenazadas por la masificación, y detrás de todo eso está la codicia humana

La muerte en la montaña ha estado rodeada de un sentimiento de respeto hacia ese montañero que ha perdido la vida en pos de su sueño. Por desgracia, sus cuerpos se han convertido en protagonistas de muchos vídeos en cumbres míticas de la historia de la montaña tras ser publicados en redes sociales. ¿Estamos frente a una pérdida de valores ante la dictadura de los likes en redes? 

Esos valores los están perdiendo algunos gilipollas. Hay gente que sube al Everest y para a hacerse un selfie o una foto de un cadáver para colgarla en la red. Es algo profundamente estúpido. Me gusta pensar que aún hay mucha gente que hace montaña de verdad, que apuesta por un alpinismo clásico y mantiene vivo el espíritu de escritores como Erri De Luca o escaladores como Walter Bonati. Falta educación, falta conocimiento para acercarse a la montaña, pero no hay que dar por perdida la batalla. Las montañas son el último lugar que tenemos que preservar de la tierra, porque es lo último que nos queda.

Sebastián Álvaro, junto a Juanito Oiarzabal, caracterizado para recrear la grabación del especial sobre el ascenso al Everest de Irvine y Mallory al Everest en 1924 Al filo de lo imposible

Un lugar para volver

Volviendo a Mis montañas, ¿A qué monte le gustaría regresar algún día? 

Me gustaría ir al Gaserbrhum IV, la montaña más bonita del mundo, no para subirla, sino para estar en ella. Otra montaña especial es el Hidden Peak, el primer 8.000 al que fui y en el que hice mi primer documental. Por otro lado, elegiría a Juanito Oiarzabal como compañero, aunque ya no está para estas cosas (ja, ja, ja). Nos acercaríamos a una montaña y subiríamos parte de ella. Las montañas tienen que ver con las personas con las que las compartes y, para mí, lo más importante es la compañía de un buen amigo como Juan para subir a una montaña y tomar un pincho y una cerveza, una vez abajo.